A comienzos del siglo XIX, el siglo que trajo la independencia de las colonias españolas en América y el reemplazo del poder dominante primero por el capitalismobritánico, y luego por el norteamericano, el siglo de la explosión de la actividad industrial, el siglo donde los reacomodamientos de los espacios de dominación de los países europeos preparó el terreno para las grandes carnicerías del siglo XX; en ese siglo, en Irlanda, la vida de gran parte de la población dependía de un tubérculo originario de América: la papa. Esta  dependencia era particularmente importante en las clases más pobres.

El gigantesco monocultivo de la papa era la base de la alimentación de los seres humanos y de los animales de granja. Cuando este recurso alimentario faltó, no hubo forma de reemplazarlo y en 1845 y años subsiguientes el hambre se cobró centenares de miles de vidas en Irlanda. Algunos cifran la cantidad de muertos durante 1845 y años siguientes, en un millón, otros en dos millones. Un millón más emigró, principalmente  a Estados Unidos, Canadá, Australia y Argentina.

La causa inmediata de la hambruna fue la aparición del hongo Phytophtora infestans que produce la enfermedad del “tizón” en la papa. Es sumamente agresivo y entonces no había forma de combatirlo. Su aparición significaba la destrucción de los cultivos. Pero la gran causa de este desastre fue un sistema donde los terratenientes ingleses explotaban a los campesinos irlandeses. El trigo y la carne que se producían en Irlanda iban a Inglaterra mientras los campesinos, sometidos a una dieta basada en las papas, fueron arrasados por la hambruna cuando fallaron los cultivos de papas. Mientras se producía la hecatombe irlandesa el Parlamento británico no tomó absolutamente ninguna medida, condenando a la muerte a los campesinos irlandeses.

Muchas conclusiones se pueden sacar de la gran hambruna de Irlanda, pero quizás la más importante es la que apunta hacia la irracionalidad del monocultivo, que no  practicó ninguna sociedad “primitiva”.

Esa situación fue impulsada por los ingleses, grandes terratenientes en Irlanda. Hoy día millones de hectáreas en todo el mundo están sembradas con variedades genéticamente modificadas a las que se les aplica una enormes cantidades de pesticidas.

Este monocultivo, que hace más vulnerable a la planta y más endeble la seguridad alimentaria de un país, se mantiene a base de incorporar venenos al medio ambiente. Las grandes corporaciones que impulsan el monocultivo son, como en el caso de la hambruna de Irlanda, propietarios de una tierra que no habitan y cuyo destino y el de los pobladores autóctonos, no les importa.

El tiempo ha pasado, pero la actitud cruel e inhumana que es desatada por la avaricia, permanece.

 

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