Pues ya saben ustedes que el senado (así con minúsculas) argentino votó en contra de la legalización del aborto.
No es casualidad, la mayoría son hombres de edad, por cierto uno de ellos, Carlos Saúl Menem, quién también fuera presidente de Argentina, (muy al estilo Salinas de Gortari), y sigue mamando del poder, sobre todo para evitar que lo lleven a juicio, ya que su mandato se caracterizó por su enorme corrupción y negocios hechos a la sombra del gobierno.
Ése hombre que el miércoles votó en contra de la despenalización del aborto, en su juventud, obligó a su entonces esposa, Zulema Yoma a hacerse un aborto y éste hecho, pinta de pies a cabeza al sistema patriarcal.
Cuando al sistema le conviene que los derechos de las mujeres, ó lo que considera derechos de las mujeres, como ir a la guerra cuando a ellos les van bien las guerras, roles y estereotipos de género se diluyen y son fácilmente modificables, pero cuando al status no le favorece ó no quiere que los derechos de las mujeres se concreten ocurre, lo que ocurrió en Argentina.
No es que el sistema esté en contra del aborto, esté en contra de que las mujeres puedan decidir con libertad sobre ése aspecto de su vida, porque en éste momento siguen siendo las mujeres las únicas con capacidad de gestar y dar a luz a una criatura. Es cierto, no nos embarazamos solas, necesitamos de un espermatozoide, pero quién se friega nueve meses y aguanta la revolución hormonal y física que representa un embarazo y sobre todo los cuidados, somos nosotras.
En mayo pasado tuvimos en Pachuca un foro sobre maternidades, ahí me quedó más claro aún, que en muchísimos casos la maternidad es una forma más de dominación y control que ejercen muchos hombres sobre las mujeres.
Es la forma de regresarlas de los espacios público, de ellos, al espacio privado, se supone el de nosotras, por las hijas e hijos millones de mujeres renuncian a sus sueños, aspiraciones y deseos en la vida. Claro también hay mujeres cuyo proyecto de vida es, precisamente ése, casarse y tener hijxs, pero habemos otras que ni por la cabeza nos pasó, es mentira eso del instinto materno, pamplinas del sistema.
La marea verde, de pañuelos verdes, ha llevado algunas otras cosas a Argentina, por ejemplo la apostasía masiva en las calles. Por si no le había quedado claro a la iglesia católica, ésta es una pequeña muestra de que ya no representa a una muy buena parte de la población argentina.
Hay que señalar que allá no tuvieron un Benito Juárez que sacara del gobierno a la iglesia y le quitara sus enormes riquezas. En Argentina, el gobierno mantiene a la iglesia católica, y muy bien. Una parte de los impuestos de las y los argentinos van a dar a las arcas de obispos, curas y sacerdotes.
De ahí el enorme interés de la iglesia católica de que nada cambie, que todo siga igual, para poder seguir viviendo a las costillas de las y los demás.
Decía yo en la columna anterior que lo que pasara en Argentina sería importante para México, pero veo que el panorama en nuestro país es más alentador para que se despenalice el aborto. En el Congreso casi la mitad son mujeres las integrantes, mientras que en el Senado son mayoría, eso nos da una ventaja.
Es cierto, esa paridad y esa mayoría no garantizan que los derechos de las mujeres vivirán un nuevo albor con el nuevo gobierno, pero sin duda, me dan esperanza.
Platicaba el miércoles con algunas reporteras durante el pañuelazo que hicimos en el monumento a la mujer, y les decía que en cuestión de derechos, para las mujeres son dos pasos adelante y uno para atrás. Gracias a mi querida amiga Berta Miranda me enteré que aquello que logramos hace más de diez años en Hidalgo, que la exclusión social fuera una atenuante para el aborto, no sólo desapareció, sino que en alguna de las legislaturas, lo transformaron en una agravante.
Esto quiere decir que las mujeres hidalguenses pueden ir a la cárcel si abortan por no tener cómo mantener al producto y garantizarle, educación, salud y bienestar. Y no me venga usted con el pensamiento mágico de que ¡Dios proveerá!, si fuera así no habría tantos infantes desnutridos, abandonados, violentado y no deseados.
Quiero terminar la columna con algo que me enviaron desde Argentina: “De ésas niñas tomadas del brazo, pintándose unas a otras. La espalda con marcador indeleble, los pómulos con glitter. Acomodándose el pañuelo verde entre la marea, con o sin permiso de sus padres. Cantando a viva voz, gritando a viva voz, ¿Cuál de ellas será mi presidenta”. Daiana Henderson.
Nos leemos la próxima.