Desde que inició (hace muy poco) un nuevo gobierno en México, el primer mandatario del país se olvidó de la denominada “mafia del poder”. No hace mucho, todos los fantasmas del mal eran evocados por el beligerante luchador social que identificaba con nombre y apellido a todos aquellos que impedían el desarrollo del país, aquellos malvados que desde las catacumbas movían los hilos del poder económico y político en desgracia del pueblo de México.

Pasó muy poco tiempo y los criterios se fueron modificando. Ahora, al parecer, se borró de tajo la mala impresión que tenía Andrés Manuel López Obrador, de la gente del dinero y de los encumbrados en el poder. Incluso, hay que decirlo, muchos de esos macabros personajes son abiertamente aliados del nuevo gobierno que encabeza aquel que siempre los descalificó.

Lo anterior, por supuesto que es una falta de congruencia. Pero también nos demuestra que la política es en buena medida una simulación. Quizá, aquellos enunciados de descalificación sólo eran parte de una estrategia política; o bien, los personajes referidos no son tan sombríos como se les etiquetó.

Sea lo que sea, lo que tenemos ahora es una reiterada política de “mano abierta” para aquellos que hace muy poco eran adversarios del pueblo. En política por tanto, no hay amigos ni enemigos que duren por siempre.

Sin embargo, y más allá del juicio personal del actual presidente de México, al grueso de la población nos fijaron la idea de que algunos (muy pocos según ese discurso) concentraron grandes fortunas al amparo del poder y ahora resulta que hay que olvidar las afrentas e iniciar un nuevo camino.

Ese proceso no puede ser inmediato; los sectores que engendraron esa perspectiva no pueden cambiar de la noche a la mañana. Poco a poco, por tanto hay que cambiar de paradigma y entender, los nuevos códigos de la política nacional.

Pero sobre todo, lo que debe de cambiar es la forma de relacionarse con el poder. Debe de quedar claro que la política juega con la percepción de la gente y es capaz de lograr metamorfosis inimaginables. Al villano lo vuelve santo de un día para el otro.

Más allá de las valoraciones y las etiquetas, lo que también debe prevalecer es el criterio firme de que siempre hay arreglos cupulares. La política, por tanto, se hace entre muy pocos (a esto un sociólogo alemán, Robert Michels, le llamó la ley de hierro de la oligarquía) que no están dispuestos a perder privilegios. Es probable que cambien los nombres y los rostros pero en el fondo los mismos intereses prevalecen.

De tal manera que, por arte de magia desapareció la denominada “mafia del poder”. Esperemos ahora quien sustituye a ese grupúsculo de malvados. Qué esperpentos van a confabular contra el nuevo gobierno popular que por el momento se presenta muy conciliador con todos.

 

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