Esperar durante seis horas o más en una fila buscando cargar algo de gasolina, da tiempo a pensar, a analizar la información de que se dispone, poca por cierto, y a especular sobre los aspectos oscuros de la estrategia implementada por el gobierno federal para combatir el huachicol. Y sobre todo, a observar y condenar los daños colaterales de esta estrategia.

Cerrar los ductos de Pemex para evitar que el crimen organizado, entre el que destaca la participación de sindicalizados, personal de confianza, mandos medios, altos y la dirección general de la propia empresa del Estado, siga robándose el combustible, más parece una “puntada”, una salida rápida tomada con el hígado y no con el cerebro, que ha puesto en jaque a millones de mexicanos.

Una medida simplista y efectiva: sin gasolinas y diésel circulando por los ductos, cero huachicoleo. ¿Pero a qué precio? ¿Con qué daños colaterales?

Y es que quienes se escandalizaron de la suspensión de las obras en el NAICM, no habían ni imaginado lo que vendría con las gasolinas.

Y la respuesta ciudadana, la burla –el mexicanísimo recurso de protesta ciudadana-, ha estado a la orden del día. “Memes” sobre el uso de velas ante una auditoría a la CFE; del cierre de hospitales ante las turbias fianzas del IMSS e Issste; de la distribución de agua potable por los abusos de organismos operadores, etcétera, han estado a la orden del día.

Pero como en México la “politización” de las acciones gubernamentales repudiadas por la población ha sido la salida ideal para enmascarar errores gubernamentales, las muestras de enojo de la población ya fueron enmascaradas y ahora son de carácter político, de contrarios al presidente Andrés Manuel López Obrador.

Yo invito a todos aquellos que consideran injustas las críticas y burlas a la estrategia gubernamental, a que acudan a las filas frente a las gasolineras, que hablen con la gente, harta, algunos hasta enfurecidos y listos para estallar en cualquier momento, y afirmen entonces que tras las críticas existe solo un trasfondo político.

Que reconozco, eso sí, que hay quienes sí apuestan al fracaso de López Obrador, y que cuestiones como el desabasto de combustibles tendrán repercusión en 2022.

Preguntarme en qué pensaba López Obrador cuando “diseñó” esta estrategia me resulta ya inútil. La respuesta la obtuve del propio presidente cuando afirmó el viernes que “me colmaron el plato” los hiachicoleros.

Mejor empleo mi tiempo y esfuerzos en conseguir unos litros de gasolina para no entorpecer aún más, con mi voluminosa figura, los espacios en el transporte público, sobresaturado, ni reventar mi cansado corazón subiendo y bajando los interminables puentes del Tuzobus.

Lo que sí es cierto es que ya, como millones de afectados más, no resistiré soltar un término altisonante si López Obrador vuelve a pedirme, este lunes, en su conferencia mañanera, que siga teniendo paciencia, que no desespere, pero sin dar información precisa, veraz, que como consumidora me permita conocer cuánto tiempo más tendré que resistir en estas condiciones.

Porque esperar seis o más horas, en la noche y madrugada, con frío, lluvia e inseguridad, para conseguir gasolina, se convertirá en un problema de salud, especialmente para los taxistas, que se desvelan buscando conseguir la gasolina que les permita trabajar unas horas al día siguiente y llevar el gasto a casa –compromiso cumplido, don Esteban-.

O el bienestar de quienes ya no tenemos la salud ni fortaleza física de los jóvenes para competir por la gasolina que llega, a cuentagotas, a los expendios… y que somos muchos.

Simples daños colaterales, pensarán seguramente AMLO y su equipo, quienes no han tenido que dejar de ir a trabajar para conseguir gasolina y poder transportarse, o hacerlo en transporte público.

 

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