Durante décadas y gracias al diseño constitucional que tenemos en México, no era necesario tener grandes negociadores políticos. Los asuntos de Estado los resolvía una sola persona que acumulaba el poder: el Presidente de la República.

Esto es, todo lo relacionado con la vida política pasaba por la venia del presidente. Por tanto,  la división de podres fue durante mucho tiempo una verdadera simulación. La realidad era que solo una voz era escuchada y obedecida, la voz del titular del ejecutivo.

Por tales razones, el poder se ejercía de manera vertical en la administración pública federal. Ahí uno mandaba y los demás obedecían. Aquel poder se acumulaba en proporciones inconmensurables dejando al margen a otros actores de la vida nacional.

Hay que decir, que esta práctica era reproducida a nivel local. Donde los gobernadores también eran los mandamases de su entidad sin tener contrapesos institucionales que equilibraran el poder.

Esa situación tiende a modificarse. Con sus aristas y bemoles, el poder parece más y mejor distribuido al menos en los órganos de representación. Un ejemplo, que vale la pena recordar ocurre en 1997, cuando la Cámara de Diputados por primera vez en su historia deja de ser el monopolio de un solo partido. En aquella ocasión, el PRI pierde la mayoría absoluta que le permitía hacer modificaciones a la constitución. En tal circunstancia a partir de ese año, los partidos políticos con representación en la Cámara de Diputados entran en la dinámica parlamentaria de negociar y dialogar para sacar los acuerdos necesarios.

Ahí se encuentra el punto de arranque para identificar el inicio de una nueva figura política que no existía en México, el negociador político. También conocido como lobbyng en inglés o cabildero en español.

Se trata de una figura política que es capaz de generar acuerdos, de hacer negociaciones entre las partes, de servir de bisagra cuando dos o más posturas parecen irreconciliables. En este sentido, existían estas figuras desde hace tiempo. Los buenos oficios de la política mexicana eran dominados por algunos miembros distinguidos del partido oficial (PRI), pero reitero, su influencia no era tan grande porque al final los acuerdos eran tomados por una cúpula donde el presidente era el protagonista.

En un pasado reciente, el ejercicio de negociación política más destacado fue el denominado “Pacto por México” donde las fuerzas políticas que mantenían posturas irreconciliables fueron capaces de sentarse a la mesa para acordar grandes cambios (reforma educativa, energética y laboral).

Más allá del resultado de aquellos acuerdos el punto es que existió la capacidad para realizar este ejercicio. En aquella ocasión, sin embargo, el actor que se llevó el reconocimiento no fue el presidente de México, Enrique Peña Nieto sino su Secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong.

Así lo hizo saber el propio presidente y los partidos políticos que estuvieron involucrados en ese acuerdo. Por tanto, de manera simbólica, ese podría ser considerado el primer ejercicio de cabildeo político de alto nivel donde el segundo al mando (Osorio) demostró su capacidad negociadora.

Un capítulo reciente tuvo verificativo en estos días donde otra figura política da muestra de su probada capacidad negociadora. Se trata de Ricardo Monreal, quien desde el grupo parlamentario de Morena en el Senado de la República, fue capaz de lograr el consenso de todos los partidos políticos para aprobar la creación de la Guardia Nacional.

En un tema especialmente complejo por sus alcances, el proyecto de creación de la Guardia Nacional fue severamente cuestionado por los partidos políticos distintos a Morena y por sectores organizados de la sociedad civil. Todo indicaba que su aprobación sería muy complicada al menos como estaba contemplada en su formato inicial.

Los buenos oficios de Monreal fueron suficientes para que el proyecto saliera por unanimidad. Haciendo que se incluyeran las modificaciones correspondientes para que todos los partidos políticos lo aprobaran.

Con esta operación política desde el Senado, queda de manifiesto otra vez que la política es el arte de lo posible y que nuestro sistema político requiere de más negociadores que dejen de lado el ancestral mito de que el único que hace política en este país es el presidente.

 

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