Seguir de cerca, todos los días, las conferencias matutinas del presidente Andrés Manuel López Obrador, me ha permitido concluir que el presidente es por demás elocuente en sus señalamientos sobre la corrupción gubernamental y de grandes empresas que empobrecieron a los mexicanos. Una pobreza de la que, como reportera y como ama de casa he experimentado personalmente, por la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.

Mucho antes de que Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia con sus reiterados mensajes criticando el neoliberalismo y los manejos sucios que convirtieron al país en botín de una minoría, ya como periodista, y como consumidora, reportaba las constantes alzas de precio que encarecían los productos de la canasta básica, alejándola del acceso de los trabajadores con magros y muy controlados salarios.

Pero el enfrentar la carestía con un consumo cada vez menor, me lleva a observar, como periodista, lo que resulta obvio.

El hoy presidente llegó a Palacio Nacional pronunciando en campaña encendidos mensajes con muy fuertes señalamientos en contra de la “mafia en el poder”, del enriquecimiento desmedido de unos cuantos a costa de los mexicanos, del saqueo al país. Mensajes que hoy siguen repitiéndose.

Con estos mensajes, que responsabilizan a los gobiernos neoliberales, de 36 años a la fecha, de la pobreza creciente de los mexicanos, respalda López Obrador, ahora ya como presidente, decisiones tan controversiales como poner fin a programas como el de estancias infantiles, de refugios para mujeres maltratadas, de subsidios a la vivienda popular, entre muchos más.

Sustenta estas decisiones en la “terrible corrupción” que existía en estos programas, que no lo niego, permitían dar chamba a los cuates y chamba con salarios elevadísimos pero sin justificar su existencia con resultados, corrupción de la que insiste e insiste, tiene pruebas, muchas pruebas, pruebas y más pruebas… que hasta ahora no ha presentado.

Esto llevó a una reportera, en la conferencia del pasado viernes, a insistir al Presidente que presenten pruebas del “nido de corrupción” en que se convirtió el proyecto aeroportuario de Texcoco; insistencia reporteril que finalmente casi desespera al mandatario, quien se limitó a responder que la corrupción en ese proyecto “es conocida por todos, pregúntele a quien quiera, está a la vista de todos”. Pero no más.

Creo que ya es tiempo de qué el Presidente comience a mostrar las pruebas que asegura tener, de todas las acusaciones que ha hecho como candidato y como Presidente. Y hacerlo sin pedir que sean sus tartamudeantes funcionarios los que lo hagan, para luego tener que enmendarles la plana emprendiéndola una vez más contra el neoliberalismo.

Texcoco, ¿un nido de corrupción? Muy posiblemente así fue. Pero que informe el Presidente qué corruptelas se cometieron, por quiénes y cómo. Los mexicanos tenemos derecho a saberlo.

De lo contrario la impresión que está dando el Presidente es que se ha dejado llevar por cuentos, por versiones, por información no sustentada, y que no es que quiera el amor y la paz, que rechace caer en una cacería de brujas, sino que no tiene las pruebas para encarcelar a los responsables.

¿Qué más descaro y cinismo que el de Carlos Romero Deschamps y su fabulosa riqueza? ¿Qué más, que una actriz, por famosa que haya sido, adquiriera una mansión que como él dice, “ni las más famosas estrellas de Hollywood”.

Es cierto, los periodistas tenemos obligación de investigar; es cierto, el pueblo no es tonto; es cierto, muchos de sus funcionarios son “gente honesta, trabajadora, de toda mi confianza”, pero él es el primer obligado a informar.

Existe además una máxima legal: el que denuncia debe presentar pruebas de que dice la verdad, y no esperar que la prensa, que el pueblo o sus funcionarios, justifiquen el porqué de sus decisiones.

 

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