Mucho ha insistido el presidente Andrés Manuel López Obrador en la diferencia de su gobierno con los anteriores gobiernos y regímenes en México: “no somos iguales”, ha repetido insistentemente.

El viernes anterior, sin embargo, demostró que si como gobernante  se considera diferente, como político –y humano-, hay una gran similitud entre todos: el deseo de ser reconocidos, halagados.

El Presidente dedicó buena parte del tiempo destinado a la conferencia matutina este pasado 10 de mayo, a festejar a las mamás,  y de paso, a ser festejado como mandatario.

Invitó López Obrador al festejo a mujeres reconocidas en sus ámbitos profesionales, así como a alguna mujer obrera, otra empleada, una indígena y alguna “ama de casa”.

Cortó de pronto el Presidente el torrente de preguntas para anunciar que iniciaba el festejo a las madres, a ese “amor eterno”, del “grande” Juan Gabriel.

Inició la lectura de la lista de invitadas, la cual estuvo encabezada por la periodista y escritora Elena Poniatowska.

Entró luego un mariachi, entonando las notas de las tradicionales mañanitas, para continuar con el repertorio propio de la fecha.

Hasta ahí, todo bien.

Pero entonadas algunas melodías, alguien le pasó el micrófono a las invitadas para externar sus ideas, sus sentimientos.

Me llamó la atención el que una de las primeras en usar el micrófono fuera una despachadora de gasolina, quien después de ensalsar las políticas sociales de López Obrador, recordó los días aciagos de enero con el desabasto de gasolina, la disposición de la gente de apoyar a su Presidente en esta difícil decisión de cerrar los ductos, y sobre todo, comprometerse, y comprometer al resto de los mexicanos, “chingarle muy duro” para seguir respaldando a un presidente que sí busca sacar a los pobres del rezago y la marginación.

Y así fue pasando el micrófono, una a una.

Ello me llevó a recordar que los seres humanos necesitamos del obsequio, de la empatía, del apoyo, del reconocimiento y, por qué no, del homenaje cuando lo merecemos.

Pero, ¿qué regalo le gustaría recibir a López Obrador?

Es un hombre de 66 años de edad –ni joven ni anciano-, que empleó toda su vida como político en alcanzar un objetivo: cambiar a México, y que trabajo intensamente los últimos 18 años en alcanzar la presidencia de la república.

Que ha insistido reiteradamente que la felicidad no está en la riqueza material sino en la de espíritu.

Que gusta de viajar en un automóvil clasemediero, volar en líneas aéreas comerciales y que desdeña esos viajes al extranjeros que tanto disfrutaron los expresidentes.

Que en sus viajes de fin de semana a la provincia gusta de comer en fondas o convites organizados por su “pueblo”.

Que viste ropa sencilla, nada de las mejores marcas mundiales, y cuyo calzado, incluso, ha sido objeto de comentarios por su sencillez. Lógicamente luce desprovisto de joyería fina.

Que es feliz en su matrimonio y no se le conoce que tenga el gusto de estar rodeado de hermosas y solícitas mujeres.

¿Qué obsequiar entonces a López Obrador?

Esto me llevó a recordar a don Fidel Velázquez cuando ya soplaba más de 80 velitas.

¿Qué regalarle a Fidel Velázquez? era la pregunta en los últimos años de vida, y de gestión, del “jerarca cetemista”, pues a esa edad don Fidel ya era frugal hasta en la comida.

La respuesta la encontraron los industriales de Monterrey: un gran monumento en su honor.

Y el hombre que decidía por millones de obreros, ponía y quitaba legisladores, daba el visto bueno a los candidatos a la Presidencia, estuvo feliz con el obsequio.

Es que ser totalmente diferente es harto difícil.

 

✉️ dolores.michel@gmail.com