La industria en el país ha caído, salvo limitados sectores de la misma, en una fase de recesión, y de ello advirtió José Luis  de la Cruz, presidente de la Comisión de Estudios Económicos de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin). Y coinciden con el mismo otros centros de estudios, como el del Sector Privado del CCE, y hasta el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

De acuerdo al analista, este fenómeno se debe a un desplome de la producción petrolera, así como al menor dinamismo -¿o desplome también?- del sector de la construcción, y de manera importante, en la industria manufacturera en general.

Situación que el mismo Inegi ha reflejado en sus cifras, al informar de una caída trimestral desestacionalizada de 0.6% durante el primer trimestre (luego de haber caído también 1.3% en el cuarto trimestre de 2018), de la industria en México.

Una situación que amerita que las organizaciones empresariales se pongan las pilas para rescatar y fortalecer a la industria, sector productivo que sostuvo al país al comenzar la caída, estrepitosa, de los precios internacionales del crudo  y la caída en la producción por parte de Pemex.

Hoy más que nunca deben sumarse los sectores gubernamental y productivos en una tarea en la que va de por medio  la estabilidad económica del país en general, y que pone en juego el empleo y bienestar de millones de trabajadores.

Y en este panorama, poco alentador, es importante aplicar aquello de “zapatero a tus zapatos”, y cada sector hacer lo que le corresponda, lo que bien sabe hacer, y hacerlo con presteza y eficiencia.

Y corresponde al sector empresarial fundar empresas, crear empleos, buscar mercados, ser competitivas y generar riqueza y bienestar social.

El sector gubernamental debe enfocarse, con todos los recursos a su alcance, a facilitar e impulsar las actividades productivas con un marco regulatorio moderno, transparente, y un ejercicio eficiente. A recaudar impuestos y aplicarlos en inversión, para disminuir así la brecha económica entre pobres y pudientes.

De nada sirve tener la razón cuando el destino es el despeñadero.  A nadie conviene que a un gobierno le vaya mal si con ello caemos todos al vacío.

Es por demás lamentable la política de descalificaciones, acusaciones sin sustentar y generalizaciones del sector gubernamental al sector empresarial; no  cuando se reconoce el  papel fundamental del mismo para el bienestar de la nación.

Es imperativo, ahora más que nunca, que las voces empresariales se alcen para marcar errores, para señalar aciertos y para convocar a corregir los primeros y magnificar los segundos. Alzar las voces empresariales para conseguir que se avance en temas que fortalezcan las actividades productivas, como una auténtica reforma fiscal.

Hemos llegado a un punto en el que recojo las voces de los distintos sectores a favor de acabar con la corrupción; pero acabar con este cáncer social no debe entenderse como la necesidad de destruir el organismo completo sin centrarse en los tumores.

Debemos los mexicanos, a mi humilde consideración, ponernos todos las pilas para fortalecer, que no para reconstruir al país. Todos, desde nuestra trinchera, trabajar con honestidad, dando nuestro mejor esfuerzo en pos de un solo objetivo: México.

Es inegable que hay mexicanos que fueron víctimas de un sistema opositor; que encabezaron un movimiento buscando un auténtico cambio, una transformación; que lograron convencer y obtener un apoyo mayoritario, que hoy pueden impulsar un México nuevo y que tienen en sus manos el poder para hacerlo o convertir al país en una “cena de negros” que a nadie conviene.

Hoy más que nunca las generalizaciones son dañinas, erróneas, destructivas. México no pudo haber avanzado hasta ser considerado una potencia económica mundial, colarse entre los primeros en materia turística, despuntar en los deportes, las artes y obtener reconocimientos mundiales como tres premios Nobel –química, literatura y ¡paz!, si todo en el pasado hubiese sido erróneo.

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