Por: Fabiola Díaz de León

No solo los usureros van a misa, también la dictan y la ofician y todos somos su grey, sus fieles. Creemos ciegamente sus dogmas y leyes con el único fin de gozar de sus bendiciones y dádivas. Nos predican en lenguas incomprensibles para nosotros, en términos de crecimiento económico y valores de moneda que nos son tan misteriosos como reales. Nuestros gobiernos tanto terrenales como espirituales nos vuelven a hablar en un lenguaje que no entendemos, el de la economía. Seguimos a líderes políticos y sociales que nos prometen una abundancia que nunca llega. Nos cansamos y buscamos otros que nos prometen lo mismo y renace la esperanza cuando logramos cambios pero esa abundancia para todos tampoco llega y nos quedamos en el mismo lugar si no es que en uno todavía más precario. Cada vez es peor, ahora porque no solo padecemos nuestra debacle económica los humanos sino todas las especies van decayendo con nosotros a la par con la destrucción de la tierra, nuestro planeta. Hemos llegado a tal devastación del orden natural que estamos a décadas de hacer de nuestro propio hábitat un desierto de temperaturas que nos son mortales.

 

La revolución industrial y los medios de producción nos han llevado a un límite del cual, si no damos marcha atrás de manera radical, vamos a extinguir toda forma de vida en la tierra. El motor de esta andanza humana no ha sido otro que el dinero. Y ni siquiera el dinero en sí sino la acumulación de fortunas cuya única finalidad es estacionarse y reproducirse por medio de intereses que hacen todo menos circular. Realmente el dinero por el dinero no sirve para nada. En un holocausto apocalíptico una gota de agua o una fruta tendrán más valor para la vida que todas las fortunas del mundo juntas.

 

Recuperar la lucha por las energías libres que mencionaba Nikolai Tesla es más congruente que cualquier planta que produzca hidrocarburos. Energías limpias que no dañen más la salud de la tierra y de todos los que en ella habitamos, humanos, animales y plantas.

 

Defender los territorios de los grupos originarios que han sabido vivir armoniosamente con la tierra y la naturaleza es más importante que imponer nuestro progreso occidental que no es otra cosa que perpetuarnos en la colonización de esos grupos que han resistido 500 años sin ella. Un proyecto como los trenes que se justifican con una posible derrama económica en zonas como selvas y manglares que no necesitan nada semejante al dinero del turismo que prometen es un despropósito.

 

La explotación del petróleo ha llevado al límite la salud de los mares. Ha sido motor de guerras genocidas en todo el planeta, ha creado diferencias económicas abismales y no ha sacado a nuestro país de las enormes diferencias sociales que nos han caracterizado desde siempre. Si ésto no es indicativo de que el camino al bienestar social, al bien común y al sentido común no sé qué lo podría ser.

 

Tenemos que pugnar por dejar atrás toda forma energética de combustión que nos está generando el calentamiento global que es cada vez más tangible en el clima de todas las regiones. Esto nos lleva a un nuevo enfoque de riqueza que no es el carbón o el petróleo sino el regreso a los cultivos en pequeña escala que no implican desaparecer bosques o a los ecosistemas que aún nos sobreviven.

 

Nos tenemos que liberar de la religión de la economía que no es más que espejismo e idolatría. Si contáramos con cobijo, alimento, calor, vestido, salud, comunidad, arraigo y libertad, nuestra necesidad de las fortunas sería absolutamente secundaria.