Ab homine quaesivi quis esset:Pregunté al hombre quien era, según este aforismo latino. Ser natural y ser humano -como pensaba Marx-, podría ser una respuesta aproximada. Pero ante todo un ser profundamente complejo. Poseedor de una neocorteza cerebral y de al menos ocho o nueve tipos de inteligencia, el ser humano es el animal más sorprendente, sofisticado y punta de lanza hasta hoy de la evolución de las especies sobre la Tierra. No obstante es también el hombre, un genuino lobo para sí mismo, tal como decía Thomas Hobbes en su célebre Epístola al Conde de Devonshire. “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce al otro”, escribía Plauto, usando casi las mismas palabras pero muchos siglos antes que Hobbes, quien seguramente habrá tomado la metáfora del comediógrafo latino, cambiando su contexto. En el ser humano, su tremenda capacidad para lo que convencionalmente llamamos bien y mal es asombrosa: “…el bien y el mal se excluyen, son uno el contrario del otro y, sin embargo, uno y otro son valor, el bien, un valor positivo; el mal, un valor negativo” (José Ortega y Gasset, ¿Qué son los Valores? Revista de Occidente, núm. IV, 1923).
La autorregulación humana es resultado de la conciencia y del control de la propia mente, en orden que nos lleve a actuar como es debido conforme a la razón más evolucionada y posible en un momento histórico determinado, para así conducirnos libremente por principios altruistas, solidarios, vitales y de autopreservación que sean cada vez más amplios y universales, en el nivel ético más objetivo de todos los humanamente posibles.
Pese a lo contrastante y contradictorio de nuestra especie, en estas fechas quisiera mencionar a tres hombres de la antigüedad cuya vida fue muy cercana a lo que podríamos llamar perfección de la naturaleza humana. Buda, Sócrates y Jesús; enseñaron, entre otras tantas cosas, tres verdades fáciles de entender, pero difíciles de poner en práctica: el primero, que las personas no son malas en sí mismas, sino que hacen daño a ellos mismos y a otros a causa de sus propias perturbaciones mentales, por lo que debemos amar a todas las criaturas; el segundo, que nadie sabe realmente nada y que es de sabios reconocer la propia ignorancia; y el tercero, que no tiene mérito alguno amar sólo a los que nos hacen el bien, sino a todos, incluyendo a los que nos dañan, persiguen o difaman.
Vaya ejemplo que nos dejan estos grandes, que no solamente dejaron estas y otras tantas enseñanzas en sus discursos, sino que las hicieron realidad en sus vidas y además, las compartieron a través de sus amigos y seguidores. Cuántos estamos todavía lejanos a llegar a este nivel ejemplar de conciencia y congruencia. Por eso decimos siempre que el ser humano es en definitiva un ser complejo; un ser en permanente, inacabado, e incluso, entre sí mismo, desigual estado de evolución
Las opiniones vertidas en ejercicio de mi libertad de expresión son siempre a título personal. Por un mundo de paz y de respeto hacia toda persona, bienvenido el debate de ideas. ¡Que viva la diversidad y todo aquello que nos hace únicos.
Salvador Franco Cravioto