Dicen -especialmente los maestros de filosofía- que la vida es más pregunta que respuesta. Ya analizábamos en estas cortas letras un ápice minúsculo de lo mucho que se nos podría dar para hablar sobre la nueva sucesión en los Estados Unidos de América. El mundo ha cambiado vertiginosamente en las últimas décadas, en veces para bien, en veces para mal, siempre de acuerdo a mi subjetivo juicio.

Caso curioso es que en tiempos en que el poder político es poco más que fachada y el poder económico financiero y globalizado es el poder supremo, un personaje como Donald Trump -un millonario populista de derecha nacionalista-, más allá de las justas o injustas razones, sea abiertamente detestado por otros poderosos globalistas con quienes tiene en común pertenecer a la elite dueña del gran capital financiero. Trump tiene mucho dinero, como la mayoría de los actores políticos en Estados Unidos, pero no le bastó para quedarse en la presidencia cuatro años más como suele ser costumbre presidencial en aquel país.

Y es que en realidad los políticos ya no mandan, si es que alguna vez lo hicieron. Como dice Victoria Camps, “hoy los políticos llegan al gobierno pero no llegan realmente al poder”. Salvo el caso excepcional de algunos gobiernos abiertamente autocráticos, el gobierno no es más el poder, al menos no el poder más fuerte, y eso es una verdad de nuestro tiempo sobre la que bien vale la pena reflexionar.

Otro cambio que ha traído el nuevo mundo virtual, digital e hiperconectado, es que estamos viviendo nuevas formas de censura. Otra vez hablando de Trump -que posiblemente con razón y sin afán de hacer apología alguna de tan cuestionable personaje público-, lo cierto es el señor fue sancionado en sus redes sociales; un acontecimiento que nos lleva a pensar con cierta lógica que si el presidente de la nación más poderosa del mundo pudo ser vetado y censurado por violar las políticas de comunicación de una empresa privada, entonces nos surge la interrogante e incertidumbre acerca de lo que podremos esperar en el futuro los ciudadanos comunes cuando pacíficamente y sin incitar a la violencia ni a la polarización, manifestemos libremente nuestras ideas y opiniones.

En definitiva, nos guste o no, la globalidad nos penetra con intereses misteriosos cuyo control no tienen ya ni siquiera los actores políticos, aun cuando gobiernen un país y en apariencia sean parte de los mismos intereses del gran capital financiero. Seguramente en esta dinámica, propia del siglo XXI, las grandes corporaciones nacionales y multinacionales sólo ríen en boca de sus propietarios cuando ven al pueblo echar la culpa de todo a los políticos, se llamen reyes, primeros ministros, parlamentarios, cancilleres o presidentes.

Las opiniones vertidas en ejercicio de mi libertad de expresión son siempre a título personal. Por un mundo de paz y de respeto hacia toda persona, bienvenido el debate de ideas. ¡Que viva la diversidad y todo aquello que nos hace únicos!