Salvador Franco Cravioto
Mucho peor que el Covid será pronto el estrago del cambio climático, posiblemente de la mano de nuevas y diversas epidemias. En gran parte del orbe, el mundo salvaje ha sido crudamente desplazado hasta ser reducido a su mínima expresión. Incluso en países africanos, los parques nacionales no llegan ni siquiera al 10% de la superficie y según el diario español El País “Lo que obstaculiza el desarrollo no es la conservación de la naturaleza, sino la corrupción, la impunidad y la mala planificación”. En el caso mexicano -uno de los países megadiversos-, el respeto y admiración a la naturaleza era algo connatural en la filosofía de los pueblos mesoamericanos, así como para los pueblos indígenas de Norteamérica. México también era hogar del bisonte americano, el oso grizzli y el lobo mexicano, todos ya extintos en estado silvestre hacia el Sur de los Estados Unidos.
Pese a todo, habitualmente tendemos a minimizar de forma sistemática los embates del hombre a la naturaleza, a la que suele verse como un ente inacabable, a la manera de un dios; pero si bien nuestra especie gratamente ha sabido adaptarse a los cambios y evolucionar para andar erguido, recorrer grandes distancias, usar herramientas y crear cultura y civilización, tampoco hay razón suficiente que justifique creer que nuestro actual estado de bienestar, de dominio o incluso nuestra propia supervivencia están garantizados indefinidamente.
La importancia que demos hoy a la preservación de los ecosistemas puede ser determinante para nuestro futuro cercano; los valores morales, por naturaleza imperfectos, cambian al ritmo que la razón avanza al interior del individuo y de las sociedades. Hace apenas cien años la vida de un blanco era abiertamente considerada -por la moralidad occidental- superior y más valiosa que la de un negro o un indoamericano, lo mismo que la de un varón por sobre la de una mujer, cuestiones que -sin otro ánimo que el de citar burdos ejemplos- hoy serían calificadas como inaceptables de acuerdo a dicha valoración moral, válida en su tiempo, pero carente de contenido ético a la luz de la razón humana consciente.
Como la ciencia, la ética es o cuando menos pretende ser unívoca, lo que a nivel filosófico la distingue de la moral que es equívoca, pues a menudo lo que es moral para un individuo puede ser inmoral para otro, y ni que decir hablando de sociedades. En el caso ambiental sucede algo similar, pues aun no alcanzamos a ver con los ojos de la conciencia lo equivocado que podría ser el camino que hemos seguido en nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. Los seres humanos tendemos, muchas de las veces equivocadamente, a hacer complejo lo simple, mas también a los grandes problemas se pueden dar soluciones simples, siempre y cuando sean lógicas y elaboradas.
No cabe duda, ante lo colosal del reto ambiental -que es también el de nuestro progreso y supervivencia-, que la historia dual -natural y cultural- del Homo Sapiens revela asimismo su extraordinaria capacidad de sobreponerse a los cambios; por tanto es menester no perder esperanza, aunque tampoco tiempo: lo más valioso que tenemos.
Las opiniones vertidas en ejercicio de mi libertad de expresión son siempre a título personal. Por un mundo de paz y de respeto hacia toda persona, bienvenido el debate de ideas. ¡Que viva la diversidad y todo aquello que nos hace únicos!