Raúl García Gutiérrez

“Ya sabía que teníamos que cuidarnos por la pandemia. Me di cuenta del incremento de casos cuando mis clientes me pedían que dejara los alimentos en su puerta y, ahí mismo, me dejaban el dinero sanitizado.”

Así el testimonio de una de mis vecinas que prepara y vende postres y alimentos para entregar a domicilio. Los contagios y, tristemente, las defunciones siguen siendo “el pan nuestro de cada día”.

“Lamentablemente mi tío, su esposa y tres primos se contagiaron. Fallecieron con solo unos días de diferencia.” Desgarradoras historias de algunas familias que casi desaparecieron en cuestión de días.

Conozco un amigo que tuvo herpes zóster en su cuerpo, luego le dio Covid, tardó en recuperarse. Desafortunadamente, días después, accidentalmente ingiere un pedazo de vidrio y tiene que ser hospitalizado y operado de urgencia. Ahora enfrenta otro problema serio de salud, probablemente derivado de una secuela del virus originado el año pasado en Wuhuan, China.

Las historias tristes y trágicas se están replicando todos los días en nuestro entorno. Antes de la llegada del coronavirus solíamos estar preparados ante la posible pérdida de algún familiar o amigo mayor de edad o con alguna enfermedad de las llamadas incurables.

Hoy en día, una persona joven, sin comorbilidades, puede ser víctima del SARS-CoV-2 y perder la vida en cuestión de días. De igual forma, se ha sabido de personas de edad muy avanzada que vencen al virus.

Con la reapertura de las actividades económicas no esenciales en varios estados del país, las personas se sienten atraídas a volver a salir, a consumir o, al menos, salir por un momento del largo confinamiento en el que hemos estado, cuidando nuestra salud.

La mayoría de los negocios han seguido las indicaciones de la autoridad sanitaria con el aforo permitido, uso de mascarillas y gel antibacterial. Aún así, el riesgo de contagio está latente, y más, con mucha gente que, inexplicablemente, no cree que el virus exista y se niegue a colaborar con las medidas de prevención.

En Pachuca, por ejemplo, la población ha retirado las cintas que rodeaban algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad para ocupar las bancas y tomar el sol, platicar, comerse un helado, etc., sin mayor protección ni sana distancia.

El punto es que nos estamos saliendo por salir. Mucha de la gente que anda en la calle no sale para trabajar. Salen solo para ya no estar encerrados y es muy entendible. Pero no para irse a abarrotar los grandes centros comerciales y olvidarse olímpicamente de Susana Distancia, usar la mascarilla en el cuello o la boca y ni acordarse de que existe el gel antibacterial.

Si vamos a salir, aprovechemos los parques, los lugares poco concurridos, donde podamos estar y convivir de manera segura, aunque tal parece que nos encanta estar cerca de las multitudes y las aglomeraciones.

Seguramente tú también conoces historias tristes como las que menciono al inicio de esta columna. Si gustas compartir alguna, te dejo mi correo electrónico al final. Pero igual me gustaría que me compartieran historias de triunfo.
Estimado lector: Síguete cuidando, el mundo te necesita VIVO.
Los leo con gusto.
raugargut@gmail.com