Somos decenas las personas de la tercera edad que dos horas antes de la cita nos vamos sumando a la inmensa fila para recibir la vacuna de la Covid 19. Pacientes recorremos la formación de adelante para atrás sobre la calle México de la colonia Geo Villas, pasando por Guatemala, Uruguay, Ecuador, República Dominicana y el resto de los países del continente americano para, exhaustos y con sed, acomodarnos justamente en la tierra del Arauca vibrador: Venezuela.
Es miércoles 10 de marzo, el calor es intenso, el griterío de los vendedores ambulantes se convierte en una especie de reclamo constante que no invita a adquirir sus artículos, sino que casi exige comprar plumas de 5 pesos para firmar los documentos, 2 caretas por 40 pesos, llevarnos un banquito a 50, 2 cajitas de chicles a 10, un paraguas también a 50 pesos, galletas y tapabocas. Algunos compran algo, otros miran precisamente cuando aparecen dos jóvenes jalando un carrito una con un garrafón de agua, una; y con una jarra y una hilera de vasos desechables, otra. Ofreciendo agua gratuita a quien la desee y su actitud hace gala de amabilidad.
Más adelante nos encontramos con algunas casas de puertas abiertas y un letrero que invita a utilizar el baño y tomar agua si así se desean; en la acera de enfrente vemos una especie de mostrador con un cartel que ofrece: “Tome lo que necesite” y encima hay jarras con agua y con café.
Yo quisiera leer, pero la vecinas parlotean y me incluyen en la charla de bancos, de calor, de cuánta gente, de interrogar si tardará todavía más esta espera, de que la fila avanza rápido pero todavía no alcanzamos a ver la entrada de las instalaciones de la feria, pero al dar la vuelta a la calle principal del recinto que lleva el nombre de San Francisco alguien grita como dice que lo hizo Rodrigo de Triana y al dirigir la vista al punto señalado lo que vemos es un montón de gente, pero dicen que tras el tumulto se encuentra la tierra prometida.
Esperamos y esperamos hasta que de nuevo la formación comienza a moverse lentamente, como un pesado animal adormilado que arrastra sus muchos pies por los rumbos del C. Doria. Nos corre sudor por el rostro, la sed arrecia y como se lo hubieran adivinado una muchacha y un muchacho aparecen repartiendo paquetes de galletas y botellas con agua, que nos hacen sentir que nos conmueven al constatar que hay quienes se preocupan por su congéneres e invierten sus recursos para atenderlos.
Ya más cerca de las instalaciones de la feria vemos la formación de personas en sillas de ruedas que también esperan su turno y al unísono nos lamentamos que estén expuestas a los rayos del sol.
Se aproximan hombres con chalecos distintivos de la 4t, quienes con el uso de alto parlantes nos informan que sólo recibirá la vacuna la vieja guardia de Pachuca, pues los días anteriores detectaron a personas que venían de municipios conurbados, pero nadie se percató de una mujer proveniente de Jalisco, que recibió su primera dosis del inmunológico el primer día de la jornada.
Esperamos atentos más indicaciones y un de repente la fila avanza a paso semi veloz y nos entusiasmamos; cuando ya estamos a unos pasos de la puerta de acceso un brazo nos hace el alto, pero enseguida se retira para que entremos. Jóvenes con chalecos de color guinda o color caqui nos reciben solicitándonos que portemos por delante la credencial de elector y como ésta la sacamos y la exhibimos.
Nos agregamos a otra formación que se ubica frente a la entrada de la zona de pabellones; ocupamos sillas colocadas en hileras de 15 y esperamos; con fondo de música de danzón una mujer que habla por el sonido ambiental nos recomienda comer saludablemente, tomar agua, lavarnos las manos, mantener la sana distancia y tener una actitud positiva ante la vida, pero a mi me punza el tobillo derecho.
Poco a poco vamos recuperando fuerzas y comienzan a integrarse nuevos grupos de personas de la tercera edad que se distinguen por su paciencia, buenos modales y solidaridad. Constituimos un grupo compacto que cuando vemos pasar a grupos de personas que vienen de afuera e ingresan a los pabellones donde se lleva a cabo la vacunación donde deberíamos estar las varias decenas de adultos mayores que esperamos en las sillas, los vecinos del lado derecho, que son a quienes le corresponde ya el ingreso, se inconforman, reclaman y amagan con meterse. Se escucha un griterío que pide una explicación. La de la voz pide paciencia y dice comprender la situación, aunque también confiesa que ella está cansada de hablar y mejor guarda silencio.
Los ánimos se calman cuando una joven hace uso del micrófono para explicar que dichas personas entraron para que no estuvieran asoleándose y que no serán inmunizados hasta se aplique la vacuna a la última persona integrante del grupo de las y los sentados, quienes incrédulos sueltan una risita burlona.
Finalmente pasan los vecinos de la derecha y luego, oh sorpresa, le toca el turno a mi grupo y avanzamos como colegiales que va a recoger sus aguinaldos en Navidad.
Nos atienden enfermeras, doctores y doctoras amables que nos piden los registros, la credencial de lector, el Curp y nos pasan papeles para firmar.
En unos minutos ya estamos listos y la anhelada primera dosis de Pfeizer Covid -19 va entrando a nuestro organismo por el músculo superior de los brazos derecho o izquierdo, según el caso; un dolor intenso arremete y luego un ardor alrededor de donde se perforó la piel, mientras la ARN mensajero modificado por nucleósidos (ARNmódulo) que codifica la glicoproteína de punta viral (S) de El SARS-CoV-2 se van combinando con todo lo que somos.
Al término de dicha operación nos piden aguardar 30 minutos de manera precautoria por si se presentara alguna reacción.
Antes de que me inyectara le pido permiso a la enfermera Rosario para fotografiarla aplicándome la vacuna; luego de haberle enviado la foto vía watts, ella me responde: Cuídese mucho; un placer haberla vacunado.
Dejo de ser un grupo cuando salgo de las instalaciones. Camino sola, cansada, con hambre y con un piquete en el brazo derecho me dirijo a mi casa.