Salvador Franco Cravioto
Autores como el filósofo Fernando Savater refieren que la palabra tolerancia es ocupada muchas veces a falta de una mejor. El valor de la tolerancia en nuestras sociedades gradualmente democráticas, si bien es jurídica y políticamente correcto y aceptado, creemos que denota cierto sentimiento de superioridad y de falta de sinceridad en el reconocimiento de la igualdad y eventual validez del derecho del otro a ser distinto, por lo que preferiremos el término respeto, que a nuestro parecer conlleva una mayor connotación de igualdad y de reconocimiento solidario de la pluralidad y el derecho del otro a ser diferente.
Hay quienes como nosotros prefieren hablar de respeto a la libertad y a la diversidad del otro y de los otros. Empero, más allá de la discusión sobre la validez y eficacia de uno u otro término, cuando en una sociedad determinada no hay ni respeto ni tolerancia, ni mucho menos una cultura política liberal y democrática que las promueva, las formas actuantes de intolerancia pueden llegar a convertirse en verdaderos actos ilegales de discriminación, capaces de negar derechos básicos y libertades fundamentales reconocidas por el orden jurídico constitucional e internacional.
Así pues, la tolerancia de pensamiento y de creencias -particularmente en el terreno ideológico de tipo espiritual o religioso-, es un valor que inspira y es fuente de ciertos derechos y deberes, lo mismo para el Estado que para las personas; esto en razón a que -desde el enfoque lingüístico en comento- la tolerancia está llamada a ser una forma superior de respeto hacia todo aquello que puede ser diferente, muy diferente, contrario o radicalmente opuesto a la propia singularidad, que comprende idiosincrasia, creencias y convicciones personalísimas, e inclusive a la propia cosmovisión -esto es, la forma característicamente individual o colectiva de explicar el mundo y todo cuanto existe-, la cual puede contrastar eventualmente -en mayor o menor grado- con la de otra persona o grupo de personas.
Por esa razón, ante los paradigmas vigentes de una sociedad abierta y de un Estado laico y pluricultural -garante de las libertades religiosa y de creencias-, ser tolerante debe significar, en definitiva, la aceptación gentil de la diversidad global de tradiciones y pensamientos humanos, lo mismo que un compromiso social y personal de respeto a estas y todas las libertades ajenas, que al no afectar nuestra esfera de derechos, son tan sagradas como las nuestras.
Las opiniones vertidas en ejercicio de mi libertad de expresión son siempre a título personal. Por un mundo de paz y de respeto hacia toda persona, bienvenido el debate de ideas. ¡Que viva la diversidad y todo aquello que nos hace únicos!