El ser humano está facultado por la naturaleza con la capacidad de pensar, sentir y la voluntad para poder realizar lo que se proponga lograr en la vida. Está dotado de una inteligencia que le permite entender, razonar y tomar decisiones ante los retos o desafíos que le va presentando la vida. También está dotado de emociones y sentimientos, que le permiten sentirse cómodo, contento, deprimido o enojado entre muchas otras emociones más.

Una de las facultades más importantes es la razón, que le permite al hombre discernir, distinguir entre una idea y otra, entre diversas opciones y pensar para obtener una conclusión u opinión razonada. En los razonamientos interviene las emociones o sentimientos, que también son muy importantes para tomar decisiones más integrales y congruentes entre el pensar y el sentir.

Sin embargo, sucede que en ocasiones el hombre se inclina a uno de los dos aspectos. Racionaliza mucho y no toma en cuenta los sentimientos, es decir piensa de una manera lógica, razonada y es muy frio al momento de tomar decisiones porque no le importan los sentimientos de las personas, sino imponer su verdad, su razón y lograr sus objetivos o pretensiones. En otras ocasiones se inclina al sentimentalismo, se deja llevar por las emociones y lo que siente, sin considerar el razonamiento, la lógica o el sentido común, ni las consecuencias que puede traer un acto y sede ante los sentimientos.

La racionalización excesiva también se puede considerar como un defecto de la personalidad. Cuando se utiliza de manera continua, de tal forma que todos los actos se pueden justificar con razones supuestamente validas, pero que en realidad no lo son. Se puede utilizar como un mecanismo de defenza para justificar comportamiento o actitudes, que hacen creer que se está en lo correcto.

Una persona no solo puede justificarse ante los demás, por el miedo al qué dirán, sino que una persona también puede justificarse ante sí misma con el objetivo de tranquilizar su conciencia cuando ha cometido un acto que sabe que esta mal, pero que disfraza ante los demás para no sentirse mal consigo mismo.

Estos sentimientos o emociones negativas, se pueden sentir ante determinadas personas, hechos o circunstancias, por ejemplo el enojo, el resentimiento, el rechazo a las demás personas que no pueden ocultarse por mucho tiempo, porque saldrán a la luz de manera más explosiva. Como se dice comúnmente “se va llenando el buche de piedritas” hasta que estalla y eso sin duda generará más problemas. Si se hubiera tenido el valor de hablar con franqueza, aclarar un mal entendido, una mala percepción de las cosas, se hubiera arreglado fácilmente, pero que por temor no lo hacemos, queremos demostrar amabilidad donde no la hay, afecto donde hay rechazo y muchas otras emociones más que ocultamos, con tal de quedar bien con los demás.

Por ello lo más importante es la sinceridad, la honestidad ante las personas. Para establecer relaciones más genuinas, es necesario practicar la tolerancia, dejar ser a las personas, aceptarlas como son y no querer controlarlos, porque esto es una falacia, es imposible lograr que las personas, pareja o hijos sean como uno quiere. Las personas, piensan, sienten y actúan como a cada quien le parece mejor y nosotros tenemos que dejarlos ser, que actúen con libertad, para que nosotros hagamos lo mismo. ¡¡Vivir y dejar vivir!!

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