“Se nos pasará la hora, pero no el día.” Así nos decía mi madre cuando, por la escasez económica, nos tocaba tomar alguno de los alimentos del día, más tarde de lo habitual.
La madre representa, en México – y en muchas partes de Latinoamérica, por supuesto – uno de los personajes más importantes en el núcleo familiar. Simboliza el sacrificio, la abnegación, la renuncia a lo personal en favor de los hijos.

Al enfrentar la vida sola, con cuatro hijos menores de siete años que “nada piden, pero todo necesitan”, tuvo que trabajar en fábricas, empacadoras, vender alimentos y un sinfín de actividades para poder llevar el sustento diario al hogar; hasta que encontró un trabajo estable como empleada de dulcería en los cines del antiguo Distrito Federal.

Millones de familias en nuestro país son encabezadas por una mujer que, por distintas razones, han quedado solas con sus hijos. Tal vez decidieron ser madres solteras, el papá se “fue a comprar cigarros” y nunca regresó, por divorcio, por viudez o por abandono; pero, en su gran mayoría, ellas se quedan con los hijos para sostenerlos, impulsarlos y sacarlos adelante.

Actualmente, un número importante de estas cabezas de familia son profesionistas o tienen una mayor preparación académica, que les permite enfrentar la vida, junto con sus hijos, de una mejor forma. En tiempos pasados, la situación era más difícil; muchas de ellas dependían solo del sustento que proveían sus parejas, al verse solas, con una escolaridad limitada o nula, el reto de alimentar y sostener a la familia era enorme.

Casi no había fiestas de cumpleaños, los Reyes Magos llegaban de manera muy sencilla, pero nunca faltó el plato de comida en la mesa, igualmente sencillo pero seguro.

Eloísa nunca se rindió. Su ejemplo nos dejó lecciones grandiosas de tesón, esfuerzo, compromiso, valentía, decisión y coraje. Hoy, a sus 82 años, la luz de sus ojos casi se apaga, sus oídos requieren aparatos para poder escuchar y su cuerpo le cobra la factura del intenso trabajo de toda la vida.

Y ahí sigue, al pendiente de cada uno de sus hijos, de sus problemas, de sus logros, de sus necesidades; al igual que de sus nueve nietos, doce bisnietos y una tataranieta.

El amor y cuidados de una madre son inigualables. Aún en el reino animal, si me permiten la comparación. Hace unos días me enviaron un video en donde se observa a un gallo y una gallina cerca de un bote de maíz; mientras el gallo picotea y come todo lo que puede, la gallina toma el maíz con su pico y lo pone en el piso, donde sus pequeños pollos lo pueden consumir. Ella no come, lo pasa a sus crías.

No tengo idea de cuántas veces mi madre se quedó sin comer para que nosotros tuviéramos una ración. Ignoro (y me apena muchísimo), todos los sacrificios que ha tenido que hacer para que nosotros estuviéramos bien, para que tuviéramos alimento, ropa, casa y algún pequeño satisfactor.

A través de estas líneas le agradezco todo su amor, su esfuerzo y los delicados cuidados que tuvo con mis hermanas y conmigo. El lunes será 10 de mayo y no podré estar ahí con ella, pero mi espíritu, mi alma y todo mi ser estarán junto a ella.

Hoy los invito a reflexionar en esas Historias de lo Cotidiano que han vivido con sus mamás. Esas historias felices, tristes, emocionantes, difíciles, pero que son la muestra de lo hermoso que ha sido la vida con ellas.

Si no las tienen cerca, llámenles, hagan una videollamada; dejen que ellas sientan lo importante que han sido y son en sus vidas, de eso no tengo duda alguna. Si viven en el mismo núcleo familiar, abrácenlas, llénenlas de besos; ese será el mejor y más emotivo regalo que les puedan dar.

Felicidades a todas y cada una de esas mujeres que la vida les ha concedido el don y la dicha de ser madres. Felicidades a mi esposa, maravillosa mamá de mis hijos. Felicidades a mi suegra por educar a mis, ahora, queridos cuñados. Felicidades a mis hermanas, que también tienen la bendición de ser madres.

Felicidades mamá. ¡Te amo!

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