Arturo Gil Borja
Muchos coinciden en la alegría que causa el que las campañas electorales hayan concluido, pues a pesar de que la mayoría de las y los candidatos pasaron inadvertidos y a la fecha muchos desconocemos el nombre de todos y cada uno de los personajes que contendieron en nuestro distrito electoral, la realidad es que los medios nacionales no dejaron de bombardearnos a diario con información.
Los espectadores, pudimos observar como algunos de estos medios, se pintaron de un color y parecían los voceros de algún partido, lo que no es raro, pues esto se ha visto con mayor incidencia en los últimos 30 años.
Las leyes se endurecieron y las amenazas cundieron por todos lados, pues a diferencia de los Estados Unidos, en donde inclusive el Presidente de su nación puede abiertamente hacer campaña por sí mismo u otros candidatos, en México las penas para los servidores públicos varían entre los 7 y los 14 años de prisión.
La decisión mexicana en el papel es más que correcta, pues resulta inconcebible el utilizar recursos públicos en favor de un candidato o una propuesta política, sin embargo, resulta hilarante el ver cómo, en una estrategia política, diversos institutos políticos utilizan las redes falseando la información para incidir en el votante.
Peor aún, la autoridad fiscalizadora de las elecciones, sea el Instituto Nacional Electoral o la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales, hacen mutis para perseguir a los delincuentes que, bajo “el auspicio social” intentan denostar a candidatas, candidatos y terceros no relacionados con las campañas.
Hacen acusaciones con lenguajes procaces, denotando su baja educación, pero su alta ambición por el poder y por dañar la imagen de las personas es ilimitada, y la autoridad simplemente no aparece.
Una elección graciosa, pues se castiga con dureza a los servidores públicos, pero a aquellos que no detentan poder, pues vimos cómo algunos titulares del ejecutivo, estatales e inclusive a nivel nacional, obispos o líderes religiosos de gran influencia emitían a diario opinión y los medios nacionales les cubrían para dar mayor difusión a sus palabras.
Al final, la imagen más agresiva, pero ejemplificativa de lo acontecido en el país, fue aquella que dividía a la Ciudad de México, como hace años se dividió post guerra a la Alemania Nazi, pues claramente pareciera que, en una misma ciudad, tenemos dos realidades.
Lo que parece que nos dejó la elección, más que ganadores o perdedores, es un México más que dividido, pues si bien es cierto más de 16 millones de mexicanos votaron por un instituto político, muchos otros sienten a un país partido por la mitad, no de sus ciudadanos, sino de sus opciones; así que bien por quienes ganaron, pero más allá del triunfo, el reto es que logren la unidad nacional que tanto nos hace falta, misma que deberá ser promovida por su principal líder, dejando a un lado los discursos de odio, división y amenaza.
Hasta la próxima.
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