Ser, sólo ser
Gleydi Ortiz
El señor del bigote es muy ingenioso, hace unos días estaba muy triste porque mi triciclo ya era muy pequeño para mí, él me abrazo, acomodó mi cabellito atrás de mis orejas y me dijo: – No te preocupes, todo estará bien.
Al otro día, cuando mamá me despertó para desayunar alcancé a ver por la ventana que a mi súper transporte le había aparecido una extensión que hacía que su manubrio se hiciera más grande y mis piernas cupieran al pedalear. ¡Sabía que lo había hecho él! Terminé de desayunar rápidamente porque mi ansia por estrenar mi juguete nuevo, que realmente fue modificado, era mayor que mi apetito.
Pasaron unos años y mi primera década se manifestaba y el señor del bigote seguía siendo fantástico. Me armé de valor y le dije que quería andar en bici pero sólo teníamos una bicicleta, la de mi hermano mayor, así que me subí y agarré impulso; el señor del bigote percibió que iba directito a la higuera que estaba en el centro del patio, corrió para intentar detenerme sin lograr cambiar mi destino me estampé en el tronco del árbol. Su cara cambió por completo, sus ojos se hicieron grandes y cristalinos, se hizo a mi tamaño y revisándome me preguntó: – ¿Dónde te duele?
-Estoy bien, no me lastimé, respondí. –Santo porrazo que te diste, dime la verdad, dónde te punza más? Contesté: – ¡Que estoy bien, realmente estoy bien!
La cara del señor del bigote cambió a resignación y un poco de tranquilidad. Me ayudó a levantarme y a sacudirme el polvo que había quedado en mi ropa y en mi rostro, caminé y respiré hondo, no quería que notara que realmente me ardía mucho la parte lateral de mi pierna, pero yo quería ser fuerte cómo él .
Las rodillas peladas y moretones se convirtieron en raspaduras que propicia la vida adulta, cada que el caos me invadía él señor del bigote lo notaba ¿Cómo lo hacía? Hasta ahora no he podido develar ese gran misterio, lo que sí descubrí fue un acto de amor; hace unos meses que pasaba por su habitación escuché que hablaba pero no había nadie, esa escena ya la había notado varias veces pero nunca sabía con exactitud lo que hacía, así que paré por unos segundos y empecé a escuchar un ligero susurro: – Te pido por mis hijos, que en su vida haya amor, alegría, y….
-¡ Qué!, exclamé silenciosamente, el señor del bigote después de trabajar todo el día aún tenía tiempo de pedir a Dios por nosotros, estaba completamente segura que no era la primera vez que oraba por los suyos. Regresé a mi cuarto, las lágrimas empezaron a brotar y humedecer mis mejillas. El señor del bigote es asombroso, siempre tiene una respuesta para algo; si algo se descompone él lo arregla, si alguien te lastima él te defiende, si algo no sabes él te enseña, si algo te preocupa él te consuela, aun teniendo mil cosas que hacer el señor del bigote demostraba que nos amaba de mil maneras. Qué fortuna es haber crecido con el señor del bigote.
El momento de desprenderme del nido llegó, pero aun así sé que jamás dejaré de ser su princesa y aunque al señor del bigote le hayan nacido hilos platinados en su cabello, sus dientes estén sostenidos por un plaquilla y que de vez en cuando sus pasos sean cortos jamás dejará de ser mi súper héroe.
Abrazos al alma.
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