Salvador Franco Cravioto

Hoy en día hablar de ideologías políticas se ha vuelto algo sumamente complejo. En el espectro de los partidos políticos de México y del mundo parece haber mezclas antes impensables de valores y principios ideológicos, como de la misma forma podemos hallar institutos políticos extraordinariamente pragmáticos y sin rumbo ideológico definido.

Las ideologías contemporáneas se gestan siglos antes de la Revolución Francesa y a la vez de la mano con esta y otras grandes y no tan grandes revoluciones liberales e ilustradas. Al caer el Estado feudal medieval e irse instaurando el Estado absoluto bajo el binomio del despotismo ilustrado, la reacción liberal originó una primera ala izquierda encabezada principalmente por la burguesía que exigía a los monarcas, aunque después también a la nobleza y al clero, que se sujetaran al control de la ley y de un parlamento representativo del “pueblo”, bajo los ideales entonces revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad.

Decía Montesquieu que “…para que no pueda abusarse del poder, es preciso que el poder detenga al poder”. A partir de entonces la teoría de la división del poder público se puso en práctica para configurar las nuevas monarquías y repúblicas del mundo “civilizado”. Así los países colonizadores entablaron ya con nuevas reglas políticas pero misma dinámica económica la explotación sistemática para el saqueo de recursos por parte de las potencias, que continuó en los territorios de los países conquistados muy a pesar de haber obtenido nominalmente algunos de ellos sus respectivas independencias, las cuales fueron más bien relativas. Entonces y ya entrado el siglo XIX los liberales eran a su vez republicanos, laicos y federalistas (emulando al modelo de Constitución de los Estados Unidos de América); y los conservadores monarquistas, clericales y centralistas (con intención de aplicar en los nuevos gobiernos “independientes” los módelos de Constitución europeos).

Cabe decir que en aquel entonces el modelo de Estados Unidos, un nuevo país americano emergente de origen anglosajón, ofrecía al liberalismo mexicano y latinoamericano en general un mucho mejor panorama propio de justicia, libertad e igualdad para todos los pueblos de América, situación que desafortunadamente cambió en el siglo XX con el triunfo de los estadounidenses en las dos guerras mundiales y después en la guerra fría, hechos que permitieron a la nueva primera potencia mundial hacer y deshacer desde entonces en el continente y en el mundo, transformándose en cierta forma en los nuevos amos opresores.

En el siglo XX y debido a la influencia de la llamada “última revolución liberal del pensamiento político”, el socialismo no marxista sino socialdemócrata iluminó con una nueva generación de derechos humanos a las constituciones europeas y permitió con su realización -a decir del economista John Maynard Keynes- consolidar el mejor modelo hasta entonces creado de democracia liberal y social, al garantizar al mismo tiempo un máximo de eficiencia económica basada en el capital, de igualdad de oportunidades, de libertad individual y de justicia social. A esto se conoció como Estado de Bienestar, modelo que floreció hasta la fecha en Europa Occidental y Nórdica, se abandonó en Estados Unidos (Chomsky, 2000) y se abolió en América Latina por influencia del neoliberalismo en los años 80.

Continúa.

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