Lucía Lagunes Huerta

 

Desde que las mujeres ingresaron a las competencias deportivas olímpicas, de esto hace más de un siglo, han tenido que nadar contra corriente. Primero superar la exclusión, después normalizar su presencia en las competencias. Ahora les toca defender su derecho a competir sin ser sexualizadas.
En 2016 la periodista británica Hannah Smith escribió “No importa de qué cultura vengas, los cuerpos de las mujeres y la forma en que se visten todavía se considera propiedad pública, o, más exactamente, propiedad del patriarcado” y esto es precisamente lo que las mujeres están transformando.
Por ello no es cosa menor la defensa que están haciendo las atletas olímpicas sobre su derecho a competir sin tener que exhibir sus cuerpos. Especialmente cuando lo que vivimos en el mundo es una violencia exacerbada contra las mujeres, que se sostiene por la cosificación de los cuerpos femeninos.
La defensa que están haciendo estas atletas es ser reconocidas como tal y no como figuras decorativas de las competencias. Porque además de competir con todo el rigor técnico de cada disciplina se les ha impuesto tener que lucir bellas.
Sin embargo, lejos de que se entienda la justeza de la acción de las deportistas alemanas y noruegas, especialmente estas últimas, lo que tenemos es la respuesta arcaica de las autoridades olímpicas, que sanciona la igualdad, el acto autónomo de las atletas.
Imponer una sanción al equipo de voleibol de Noruega por no usar bikini, retrata de cuerpo entero esta apropiación patriarcal del cuerpo de las mujeres.
Por ello, en lugar de aprovechar esta acción de las atletas para revisar las reglas sexistas que pueden estar sobreviviendo en los juegos olímpicos se decide quedarse en el pasado machista.
Lo que han hecho tanto las gimnastas alemanas como las jugadoras noruegas de voleibol de playa es actuar en consecuencia de los cambios que estamos haciendo las mujeres en el mundo, dejar de ser objetos para ser reconocidas como sujetas.
La demanda de las atletas es justa, están en su derecho a participar sin tener que exhibir sus cuerpos.
Tampoco es casual que quienes estén colocando el acento sobre esto sean las atletas noruegas y alemanas, cuyos países se encuentran entre los primeros 10 de todo el mundo con el mayor índice de igualdad entre mujeres y hombres.
Ellas crecieron asumiéndose sujetas, en países donde las discusiones feministas están en el escenario público desde hace varios años.
Pienso por ejemplo en Alemania, hace 5 años cuando el debate en los medios estaba sobre el sexismo de un dulce infantil de chocolate, que trae un juguete para armar, que habían lanzado a nivel mundial la línea para niñas, en rosa, por supuesto y con princesas y muñecas. Esto generó una enorme polémica en aquel país en tres ejes:
La insistencia en la división entre niñas y niños: ¿por qué no hacer un juguete creativo para la infancia simplemente? El segundo eje era el sexismo de este dulce-juguete que insiste en formar a las niñas en las cuidadoras de la humanidad y en mujeres que necesitan ser rescatadas por el príncipe. Y tres, el daño que el sexismo ha ocasionado en hombres que siguen siendo formados en la violencia, la supremacía sobre las mujeres y la cosificación de los cuerpos femeninos, educación que ha construido feminicidas en potencia.
Por ello es tan valioso lo que estas atletas olímpicas han hecho en estas competencias, porque desde su acción ponen en discusión la cosificación del cuerpo femenino en el marco de las olimpiadas, con todo lo que ello implica.
Cada paso dado por las deportistas a favor de los derechos de las mujeres ha posibilitado el ingreso de más mujeres en mejores condiciones.
Competir a partir de sí mismas ha sido una larga lucha de las atletas, sólo por recordar a las más recientes, pensemos en Doaa Elghobashy de Egipto quien fue la primera jugadora olímpica de vóleibol de playa en usar un hiyab en 2016; en la maravillosa Serena Williams quien, en 2018, participó en abierto de Francia con un traje completo, el cual dedicó a todas las mujeres que habían parido, acción que generó un enorme rechazo de los organizadores quienes se sintieron ofendidos por el traje.
Estas transgresiones de las deportistas marcan el avance de la igualdad, que se enfrenta a resistencias machistas que se escudan en reglamentos obsoletos y sexistas.