Jorge Esqueda

Para el promedio de la opinión pública la palabra “talibán” se asocia a hombres de largas barbas, con un lanzagranadas al hombro, con escenografía montañosa y árida, sin mujeres, que aunque se vieran, estarían cubiertas de pies a la cabeza con un atuendo negro del que apenas una franja les dejaría ver los ojos. Y si bien es cierto que lo anterior es real, también que la situación de la cual los talibanes son los actores centrales es de complejidad más allá de los estereotipos.

Por lo pronto en Afganistán en estos días parece naufragar el diálogo entre religiones que se impulsó tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, y que apuntaba a lograr la concordia entre el cristianismo, el islamismo y el judaísmo, sin olvidarnos del budismo y otras confesiones de no menor importancia mundial.

Porque, es cierto, los talibanes que en su mayoría provienen del grupo étnico pastún, el mayoritario en Afganistán, siguen una versión del islamismo muy conservadora, que en buena medida podría entenderse por el aislamiento de ese país, pero también como un elemento de cohesión ante las fuerzas que han azotado suelo afgano por años.

También es cierto que el papel de la mujer es menos que secundario, en concordancia con el carácter conservador del islamismo talibán, pero hay que ubicarlo en contexto recordando el papel también marginal que tienen las mujeres en el catolicismo o el judaísmo, con la diferencia de que más educación y contacto con la modernidad, hacen que muchas mujeres cristianas o judías estén incorporadas a la sociedad y den la lucha por incorporar a otras e incorporarse más a fondo ellas mismas. Será muy difícil que las mujeres afganas sigan el mismo camino que sus congéneres de otras partes del mundo, pero de seguro lo harán aunque les lleve tiempo.

Vale la pena preguntarse también el papel que la producción y comercialización de heroína ha tenido en este conflicto. Esta droga previa a la guerra actual siguió produciéndose a pesar de la convulsión armada y colocó al país asiático en el primer lugar de producción donde sigue. Sería absurdo pensar solo en campesinos barbudos y harapientos dedicados a esta actividad, olvidando los circuitos mundiales para su comercialización y lavado de dinero y activos.

A las esferas religiosa, de derechos de la mujer y del narcotráfico, se tiene que agregar las correspondientes a la política estadunidense y la geopolítica. En el primer caso recordemos que Estados Unidos invadió Afganistán para derrocar al gobierno talibán como forma de castigo y venganza por haber alojado a Osama Bin Laden, autor intelectual de los atentados de septiembre de 2001. Es cierto lo que dijo el presidente estadunidense Joe Biden, el objetivo nunca fue construir una nación, pero tampoco contribuir a su caos, agregamos.

Por 19 años y 10 meses las tropas estadunidenses persiguieron a los talibanes sin alcanzarlos y mucho menos acabarlos, pero sí destruyeron las pocas estructuras afganas, y ahora esa destrucción ha abonado al regreso del grupo fundamentalista talibán.

Internamente, la salida de las tropas estadunidenses de Afganistán fue una bandera de campaña de Donald Trump y también de Biden, aunque ahora el primero ya lo olvidó y acusa a su sucesor de la retirada, olvidando que él la empezó. Son contradicciones de la sociedad y el stablishment estadunidenses, que pretenden seguir siendo la primera potencia sin pagar el costo en vidas jóvenes que implica, como ocurrió en Vietnam.

Y en la esfera geopolítica tenemos que el gobierno talibán cuenta con el apoyo de China y Rusia, país este que ya olvidó que por diez años, en la década de los 80 del siglo pasado, invadió al país asiático y tuvo que salir tan derrotado como ahora lo hace Washington.

China, por su parte, encuentra en Afganistán un paso estratégico para avanzar en su estrategia de expansión asiática, una situación que en algo recuerda a Rusia y Cuba en los años 60 del siglo pasado.

Pero los límites de ese apoyo son claros: Rusia y China tienen poblaciones y regiones islámicas que claman por respeto a sus creencias y mayor autonomía, y que se han topado con la línea dura de Moscú y Beijing, de tal manera que ambos tendrán que hilar fino para su apoyo al talibán no genere confusión interna.

Como se ve, el ajedrez talibán que se juega en el tablero de Afganistán es complicado y lejano de terminar.
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