Alejandro Ordóñez

El 2 de diciembre de 1547, frustrado, traicionado por la corona española moría en Castilleja de la Cuesta el odiado, el vilipendiado Hernán Cortés. El anticristo, la viva imagen del demonio para muchísimos mexicanos, porque 200 años después la genealogía de nuestra nación sigue sin ser comprendida y menos aceptada. Porque la historia oficial es maniquea: los malos españoles contra los buenos indios, olvidando que somos un país de mestizos en el que, como un terrible contrasentido, la mayoría se ufana o se inventa un linaje español y oculta la sangre india que corre por sus venas.

Dicen que los mexicanos nos sentimos orgullosos de nuestro padre porque vemos en él a Cortés y nos avergonzamos de nuestra madre que representa la imagen de la Malinche y aunque reprochemos su crueldad, lo que no le perdonamos es que nos haya dado a una india por madre.

Algunos piensan que los conquistadores son los culpables de nuestros males: por ellos somos flojos, corruptos, sucios, porque los indígenas eran lo contrario. Tuvo que ser Octavio Paz quien nos recordara que los latinoamericanos somos gente de las afueras, merodeadores de los suburbios de la historia, llegamos tarde a todos lados, nos colamos por la puerta trasera de la modernidad y fuimos incapaces de conservar lo bueno que nos dejaron los españoles al irse. Porque 200 años después seguimos dándonos puñaladas y sin encontrar un camino propio, lejos de la mendacidad oficial, capaz de promover un desarrollo más humano y justo, que no termine en los helados Gulags o en los infiernos del capitalismo rampante.

Seguimos odiando a Cortés porque eso nos enseñan los libros oficiales de texto, pero fue enemigo de la esclavitud de los indígenas y convenció al rey Carlos I para que firmara las Ordenanzas Sobre el Buen Trato a los Indios, un avance que limitó de manera importante la explotación de los indígenas; que ante el rey defendió con pasión la necesidad de respetar las estructuras sociales de los indios y que -idea fundamental- los españoles podrían vivir en estas tierras sin que ello significara su extinción. Que defendió al mestizaje y sus derechos, con la vehemencia de un padre, porque al hacerlo protegía a Martín, el hijo amado que tuvo con Malinche. Y para concluir simplemente recordar que en este país de mestizos la historia le dio la razón a Cortés, seguiremos esperando que un día por fin la historia le haga justicia.