La salida de las tropas estadunidenses de Afganistán luego de 20 años de ocupación ha dañado la autoestima de Estados Unidos, pero sobre todo a la presidencia del demócrata Joe Biden, un militante demócrata que concretó la retirada de una intervención militar ordenadaa por un mandatario republicano y pactada por otro republicano.
Biden entonces está pagando el costo de los platos que rompieron republicanos, y que podrían salirle tan caros como su reelección, bien sea que la pierda en las urnas o que decida no presentarse a un segundo mandato.
Muy lejano se ve ese 20 de enero de este mismo año cuando tomó posesión luego de los disturbios de partidarios del saliente Donald Trump en el Capitolio, quienes alegaban un ilusorio fraude electoral.
Estos siete meses de gobierno del demócrata se han sintetizado en la retirada de Afganistán, dejando de lado el programa de infraestructura que busca activar a la economía estadunidense tras la pandemia de Covid19, mediante la modernización precisamente de su infraestructura.
Se trata de reparar carreteras, puentes y autopistas, impulsar los ferrocarriles, lo mismo de pasajeros que de carga, mejorar las redes de distribución de agua y de electricidad, también introducir mejoras en los aeropuertos y expandir el acceso a la banda ancha.
Ese plan, ya aprobado en el Senado, no ha bastado para opacar la salida de la guerra afgana, como tampoco el éxito inicial estadunidense en aplicar la vacuna contra la Covid19, de acuerdo a un deseo explícito del mandatario, quien apostó parte de su capital político a lograr que la mayoría de sus conciudadanos estén protegidos.
Y de acuerdo a la información disponible, lo estaba logrando hasta que topó con sectores recalcitrantes de la sociedad estadunidense, que se niegan a vacunarse. El resultado es que de acuerdo a las autoridades sanitarias de ese país, 99.5 por ciento de las personas fallecidas por la Covid19 en las semanas recientes, no estaba vacunada.
En el país vecino no se trata de falta de dosis, de lenta aplicación por parte de un monopolio estatal de vacunación, o de un ritmo que depende de motivaciones políticas, sino simplemente que la gente no quiere.
Las tasas de vacunación bajas se encuentran en entidades del sureste y del Medio Oeste, que curiosamente coinciden con el voto trumpista. El problema parece radicar en un conservadurismo cargado de nula o pésima información que sigue en sus dogmas aunque le cueste la vida.
Y lo mismo pasa en la opinión sobre la retirada de Afganistán, donde no se alcanza a entender ni aceptar que la potencia que es Estados Unidos, haya fracasado en domeñar a los talibanes.
El problema de Biden se encuentra en una significativa parte de su sociedad, que si bien disfruta de muchas ventajas de la modernidad, no alcanza a entenderla en su totalidad y entonces, simplemente, cierra los ojos y la rechaza.
Ahí está el caso de las escuelas de Florida, puestas conta la pared por las autoridades educativas locales si se atrevían a ordenar el uso de crubrebocas entre los alumnos. Ya esta semana se informó que los consejeros educativos en los condados de Alachua, en el norte, y Broward en el sur -con ciudades como Fort Lauderdale- sufrirán la retención de su salario por mantener la orden del uso de las mascarillas, en una situación que amenaza con crecer y llegar a instancias federales.
Más que el gobierno Biden, China, Rusia o los talibanes, el futuro de Estados Unidos está amenazado por su un segmento significativo de su propia sociedad.
De salida: no es propio de un gobierno humanista ni de la fraterinidad universal el trato que se da a los migrantes sin documentos que ingresan a México por su frontera sur. Urge un claro cambio de comportamiento de las autoridades migratorias.
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