El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz de este 2021 a dos periodistas llega en una época muy importante por la pandemia de noticias falsas que asola al mundo desde hace varios años, y no solo por la persecución que siempre ha sufrido y sufrirá la libertad de expresión.
Desafortunadamente la libertad de expresión no acaba de asentarse de manera cabal en el mundo. En muchos países es una aspiración aún lejana, en otros subsiste en medio de descalificaciones a sus contenidos y autores, y en pocos puede decirse que se ejerce de manera plena.
Hace un par de semanas el mundo despertó con nuevas revelaciones sobre lugares del mundo donde se pueden hacer depósitos de grandes sumas de dinero sin mayores investigaciones, los llamados paraísos fiscales. Los Papeles de Pandora mostraron un ejemplo de lo que puede hacer la libertad de expresión cuando se sustenta en investigación ý análisis periodístico rigurosos, y como los anteriores Papeles de Panamá, enfocaron la mirada hacia el origen de los grandes capitales que van a tales paraísos, que en buena lógica sobre todo en el caso de los servidores públicos, incluidos quienes ostentan cargos nobiliarios, no podrían demostrar un origen legítimo.
Pero a esa situación ancestral, se ha añadido todo lo que gira en torno a conceptos como la “posverdad”, en donde no solo una supuesta realidad encuentra su origen en raíces falsas, sino que se crean nuevas realidades sin mayor sustento.
La pandemia de coronavirus mostró la faceta social de esa situación, con todo tipo de informaciones falsas sobre el origen, desarrollo, prevención y cura de la enfermedad, originadas en la falta de educación y miedo en grupos sociales de todo tipo.
Pero la pandemia también mostró como a los más altos cargos gubernamentales pueden llegar personas que por así convenir a sus intereses y prejuicios, trastocan la verdad, con el agravante de que en este caso, miles de vidas se ponen en riesgo.
El ejemplo más destacado fue el del entonces presidente estadunidense Donald Trump, quien no solo dijo aberraciones tales como que el cloro tomado o inyectado podría curar la enfermedad, sino que con su política de acusar a China de todo lo acusable, seguir el credo de ciertas iglesias o las fantasías de grupos que siguen en el oscurantismo, sentó las bases para que a la fecha cientos de miles de estadunidenses sigan obstinados en no vacunarse y mantengan alto los contagios y los decesos por Covid19 en ese país.
La primera de los dos periodistas ganadores del Nobel fue la filipina Maria Resa, que de acuerdo al Comité, ha expuesto los abusos del poder, el uso de la violencia y el creciente autoritarismo en su país. Se trata de una descripción del gobierno del presidente Rodrigo Duterte, que aplica una política antridrogas sanguinaria, como lo demuestra que un fiscal de la Corte Penal Internacional pidió en junio abrir una investigación sobre las muertes sucedidas en la guerra contra las drogas, ya que pudieron haberse cometidos crímenes de lesa humanidad.
En Rusia el ganador fue Dmitry Muratov, editor del Novaja Gazeta, que se ha caracterizado por sus artículos sobre la corrupción, violencia policiaca, arrestos fuera de la ley, fraudes electorales y granjas de bots.
Mientras en Filipinas la situación podría mejorar en el corto plazo con el anuncio de Duterte de que no se presentará como candidato vicepresidencial el año próximo, en Rusia la situación es estructural y se enraiza en su sociedad, pues el 76 por ciento se pronunció a favor de que el presidente Vladimir Putin siga en el poder hasta 2036, de acuerdo a la consulta hecha para las reformas legales que anularon la prohibición para que volviera a postularse.
Ese último dato muestra como la libertad de expresión y en general todos los derechos y garantías individuales, solo prosperan en el largo plazo si son asumidas por la población, pues de lo contrario, su ejercicio su convierte en proclamas en el desierto, y de ahí que el Nobel a ayude a exponer su valor social y político.
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