Mónica T. Müller
Lucila Y Roque

Si siguiéramos a Lucila y Roque, veríamos que ella lo abraza fuerte por la cintura.
El perfume a tabaco y madera que impregna la campera con tachas, la cautiva. Ella desliza las manos bajo la prenda hasta la piel de él y acaricia su robustez.
Hay un latido entre la carne que apadrina silencioso los deseos, los de ellos, que aún no siendo amantes, se aman.
La noche avanza en el horizonte tocando al mar en la distancia y como un soplo entretejido entre las nubes, las desplaza.
La Harley frena junto a la arena. “Es temprano y hay tiempo”, piensa él. Las dunas parecen centinelas que aguardan.
— ¿Qué dijiste en tu casa?- pregunta Roque, mientras con la respiración acaricia los hombros de ella.
— Dije que saldría con vos.
Él la mira a los ojos. Sonríen, están solos. Sus labios se unen y disfrutan de la sal depositada. La felicidad se hace corpórea y hasta se puede vislumbrar desde la ruta. Las manos de Roque son como plumas que acarician la piel de Lucila, mientras la arena se ahueca y recibe en guarda los cuerpos.
Ella se sabe próxima a ser la mujer de su héroe, clama por ello y responde lo que el amor le marca. Es un momento en el que las horas se esfuman sin ser tiempo en el tiempo mismo. El mar cobija las palabras y escribe música a los deseos de ambos.
Lucila es un rayo de sol sobre la arena. Él observa extasiado, ella está en cuclillas junto al mar, exhibe su disfrute y parece que en la vastedad, destierra la vergüenza. Roque camina y hunde los pies sobre las partículas que conforman la playa con la cadencia inmanejable del amor.
Las olas los incluyen en sus formas y acaparan las figuras que se cortejan. Parece que el viento ulula feliz entre las rendijas de las rocas desintegradas.
–No hay palabras- susurra Roque mientras los dos cuerpos se unen.
No les importa nada de lo que pase después. A lo lejos, la Harley y las carpetas escolares son mudos e impávidos testigos.
Si siguiéramos a Lucila y Roque, veríamos que ella lo abraza fuerte por la cintura y siente la tibieza de su cuerpo.
La Harley regresa triunfal por la ruta. Ella suspira sobre el cuero de la campera, cierra los ojos y se incluye en la noche vivida, reconoce la felicidad de sentirse amada. Piensa, que no haber avisado que pasaría la noche fuera de su casa, es un detalle que afrontará y se despreocupa.
Él conduce la moto de cara al viento, tiene aún entre los labios la suavidad de la piel de ella y en las manos las formas de su cuerpo.
Ya están en la puerta de la casa. Las miradas brillan humedecidas ante la mudez de palabras. Roque la acerca en un suave movimiento y la besa como si fuera un pacto para toda la vida.