Matices y claroscuros
Salvador Franco Cravioto
En las disciplinas de las humanidades, el canon de pensamiento son hombres de cinco países: Italia, Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, que han producido teoría científica social a partir de la experiencia histórico social de sus países.

Experiencia del 12% de la población del mundo

Boaventura de Sousa Santos

Sostiene el Dr. Ramón Grosfoguel que tras los horrores del colonialismo, los mitos eurocéntricos han permeado inexorablemente hasta nuestros días en las ciencias sociales y las humanidades. Habla por ejemplo del fundamento de la filosofía y la ciencia europea, que tiene una hegemonía asentada en lo que él llama epistemicidio o destrucción histórica del conocimiento milenario de otras culturas como la árabe musulmana, las africanas y las originarias de la América precolombina.

“La filosofía del hombre europeo, que se dice empieza con Descartes”, parte de “una secularización de los atributos del Dios cristiano”, que convierte el “Yo pienso, luego existo”, en un “Yo conquisto, luego existo”, con la “pretensión del hombre occidental de hacerse Dios”. A partir de aquí la otrora teocracia pasa por nuevas etapas y finalmente se transforma paulatinamente en la democracia occidental y, a estas versiones tanto de la democracia como de la propia historia de la humanidad, se les atribuye el carácter de universales, lo cual a su vez se vuelve “el fundamento de la Universidad occidentalizada”. Sin embargo, el mito radica en que lo que desde hace siglos “se camuflajea como universal”, no encaja con las realidades de la mayor parte del mundo; y es que “la experiencia histórico social del sur global no aparece en el canon” de lo universal, como si fuera algo que no existiera, a la vez que tampoco “se toma en serio como teoría científica social”.

Se piensa todavía en las facultades de ciencias sociales y humanidades de todo el mundo que lo no occidental “no tiene capacidad de universalidad”. Este argumento según Grosfoguel proviene “de la filosofía cartesiana”. Es así que el conocimiento social de los hombres de aproximadamente sólo cinco países se nos representa generalmente como objetivo y universal, haciendo a un lado la mayor complejidad y diversidad de los seres humanos y culturas del 88% del mundo.

Si bien Grosfoguel tiene cierta razón y la argumenta de manera consistente, es falible y su visión no está exenta de inconsistencias. En otro orden de mitos, también la mayor brecha de desigualdad social no es, probablemente, la que se da entre los llamados grupos de atención prioritaria y las personas “convencionales” -como se ha venido creyendo e instrumentando conforme a lo “políticamente correcto”-, sino la que se da entre ricos y pobres, o en otros términos, entre opresores y oprimidos. Aquí posiblemente podríamos hallar otros mitos para desvelar. Sin embargo, hemos visto que las élites nacionales y transnacionales -coaligadas o bien propietarias de los principales medios de información- han optado ya desde hace décadas por desestimar lo económico y muchas de sus variables, así como toda desigualdad que tenga que ver con la economía, generalmente culpando a los gobiernos del poco o nulo crecimiento y desarrollo económico, el empleo y los salarios, bajo la premisa parcialmente cierta de que la realidad económica actual es la más justa y meritocrática de cuantas han existido en la historia humana, sin cuestionar jamás sus bemoles, cimientos e inconsistencias, con base en el mito de que en la sociedad “democrática” occidentalizada de hoy gana más quien se esfuerza más o tiene mayor talento y preparación, lo cual no siempre resulta así.