Por: Alejandro Ordóñez

 

Anoche vino Alfonso. Cruzó silencioso la puerta, caminó hasta mi cama, se me quedó viendo fijamente, tocó mis pies. No habló, mi Alfonso nunca fue de muchas palabras. Él era de mucho ver, pero de poco hablar. Me espantó, llego sin avisar, cruzó la puerta. Le pregunté, qué haces aquí, te dije que no quería volver a verte en esta casa, pero él me miraba como diciendo que por mí culpa él ya nunca podría estar en ninguna parte. Vete, le dije, no te quiero aquí. Traté de recoger las piernas para que no me siguiera sujetando, pero no pude, será por eso que la gente medrosa dice que viene el muerto a jalarte los pies. ¿A jalarte las patas como decía Inocencia, la muchacha que ayudaba a mi mamá cuando yo era niña? Anoche vino Jilemón, niña Mariana, vino a jalarme las patas, creo que ya se enteró que ando de cusca y como mi madre se reía, Inocencia insistía, de veras niña Mariana, vino anoche, yo creo que ha de ser porque ando de cusca, pero a ver, a él quién se lo mandó, andar de borrachote y buscapleitos, luego agarrarse a moquetazos con ese cabrón, cuándo se iba a imaginar que venía armado. Sí mi niña, anoche vino el Jile a jalarme las patas por andar de cusca, pero él no era un angelito, dicen por ahí que fue por un pleito de faldas. Y mi mamá sólo reía.
Anoche vino Fonso, yo fui quien le puso así, cuando lo conocí le decían Ponchito, y como a mí ese nombre no me gustaba empecé a decirle Fonso, a él le gustó, también a sus amigos. Anoche vino Fonso, cruzó la puerta, se acercó, se me quedó viendo con esa mirada que escudriñaba. Tienes mirada exploratoria, le decía, entonces él sonreía, porque tampoco fue de mucha risa, ni de muchas carcajadas. Me espanté cuando empezó a jalarme las patas, como decía Inocencia y a verme fijamente. Entonces, para escapar de su mirada exploratoria cerré los ojos y apreté los párpados, pero ¿qué crees Chencha? Se metió en mis ojos sin necesidad de abrirlos. Luego empezó a acariciar mis muslos como antes le gustaba, como le gustó siempre hasta que se le ocurrió meterse con la vieja cusca esa. ¿En qué lío te metiste Alfonso?, no habrá sido uno de faldas, ¿verdad? ¿No te hayas metido con la vieja de un cabrón y te haya charrasqueado como le pasó al buen Jile cuya cara no recuerdo? No te habrás emborrachado; aunque no, mi Fonso no era de mucho beber, él era de mucho besar, mucho mirar y muchísimo acariciar. Si mi madre me lo advirtió, lo malo fue que ya estaba sorda y no la quise escuchar. Mira Maya, ten cuidado con ese chamaco, a leguas se nota que es mano larga, no vaya a ser que al rato me traigas malas cuentas, ¿crees que no me he fijado cómo te ve las piernas? Se habría muerto, la inocente de mi madre, si hubiera imaginado que me las acariciaba todas, las recorría sin prisas; a veces las besaba, las chupaba, y yo no Fonso, no; pero sí…
Y es que siempre le gustaron mis piernas, por eso cuando volteé a ver ya estaba acariciando mis pantorrillas, yo apreté bien los muslos para que no subiera, pero él que era bien mano larga siguió sobando, para entonces estaba yo empapada. Sentí cómo se hundía el colchón, se estaba hincando, luego ya estaba sobre mí, traté de pararme pero no pude moverme. ¿Será que se me subió el muerto, como decía Chencha? Sí niña Mariana, se sube el muerto y cuando lo hace una no puede moverse, trata una de levantarse, de correr, pero es imposible, ¿y a usted niña Mariana nunca se le ha subido el muerto?
Anoche vino Fonso, acarició mis pies, subió por las pantorrillas y muslos, yo cerré y apreté fuerte las piernas para que no pudiera entrar, pero subió hasta mi sexo, acarició mis vellos y mis partes más íntimas. Vino anoche, entró sin abrir la puerta, subió su mano por mis pantorrillas y muslos y aunque cerré y apreté las piernas entró en mi sexo; yo, para no verlo cerré los párpados, pero él entró en mis ojos, entró en mi mente y en mi corazón. Yo sabía lo que seguiría porque lo conozco y sé lo que le gusta, así que giré mi cara, cerré y apreté fuerte mis labios, pero su lengua entró en mi boca sin necesidad de abrirlos, primero de a poquito, luego frotó mis encías, disfruté su lengua llenando mi cavidad, luego nuestras lenguas se entrelazaron en esa danza que nos gustaba tanto. Por mis mejillas corrían lágrimas, de mi vulva manaba miel, como decía cuando todavía me quería, de lo más profundo de mi pecho subía un grito que amenazaba con estallar en mi garganta, y yo pensando que no podría moverme porque se me había subido el muerto. De pronto agité las piernas, mis caderas ascendían y descendían en un movimiento vertiginoso, sin tregua ni descanso, luego su mano suave recorría la bastedad de mis senos, pellizcaba mis pezones y al mismo tiempo sus dedos me abrían los labios, pulsaban suavemente, rozaban mi clítoris, se introducían por mis empapadas cavidades; la cama, sin moverse, giraba como un tiovivo y en ese maremágnum, el grito ahogado, contenido durante largos años salía por mi garganta llenando con sus ecos mi cuarto, la casa, mi mente y también mi corazón.
Sí, mi Fonso fue de poco hablar, de poco reír a carcajadas; él no era de esos, él era de mucho mirar, de mucho tocar, acariciar, él siempre fue de mucho besar y de harto amar…