Bethel García Vargas

Hace varios años, cuando nuestra realidad era completamente diferente a la de ahora, en mi etapa de formación académica solía pensar que cuando una persona faltaba en una familia el duelo comenzaba en el momento de la partida física de su familiar, hasta, a lo mejor, un par de meses después y se me hacía mucho tiempo; ingenuamente creía, como niña y adolescente, que después de un tiempo corto la familia regresaba a su “normalidad”, pero ciertamente no es así.

Hace un año viví junto con mi familia una de las épocas más duras que hemos tenido en los últimos tiempos: el fallecimiento de uno de los grandes pilares de la familia, mi abuelito Foncho. Recuerdo estar en cama pues estaba enferma de covid, me realizaba nebulizaciones pues uno de mis pulmones empezaba con la neumonía atípica que provoca la enfermedad, cuando escuché que sonó el teléfono de mi hermano que se encontraba en la sala, la llamada era de mi tío al que los doctores del hospital le llamaban para dar informes de la salud de mi abuelito, y la expresión que hizo mi hermano al contestar confirmaba la mala noticia. Recuerdo muy bien que mis ojos se llenaron de lágrimas pero no podía llorar bien, sentía que me ahogaba y el sentimiento de dolor y tristeza se fue a mi corazón, mi saturación de 91 no me dejaba respirar normalmente.

Fue un día tan largo. Localizamos a las pocas personas que podían moverse y trasladarlo al pueblo que lo vio nacer y desarrollarse como la figura de autoridad y respeto que siempre lo caracterizó. A partir de ese memento nada ha sido igual; todos los días pensamos en él, hacemos referencia a alguno de sus dichos, pero cuando nos damos cuenta que ya no está el dolor nos vuelve a atravesar como el día que se fue.

Como le dije arriba, ingenuamente creí que en dos meses después del fallecimiento de un familiar todo volvía a la “normalidad” y ciertamente no es así. Recientemente leí sobre los duelos, la depresión que se siente después de ello, mencionaban que en los días previos a que se cumpliera el aniversario luctuoso las personas se sienten más tristes, entra una nostalgia constante, se pierden las ganas de hacer las cosas o al realizarlas se siente el desánimo, y he de decirles que así es.

En las últimas dos semanas el recuerdo de hace un año y todas las situaciones que rodearon esto me hace sentir triste, sentimental pues una de las mejores personas que he conocido se ha ido y solo me queda su recuerdo; por momentos también me llego a sentir culpable, pues pienso en que tal vez se pudo hacer más, pero no, se hizo lo que se pudo y en otros tantos momentos se siente coraje porque no estuvimos ahí por culpa de esta enfermedad te impide que estemos juntos, que podamos despedirnos de nuestros familiares como se hacía antes, y todo lo que se llega a sentir en estos momentos es normal, nadie puede definir cuánto va a durar el duelo de cada persona, pero si la depresión es tan fuerte que te impide hacer tu rutina diaria.

A propósito de estos sentimientos les recomiendo que vayan con un profesional de la salud mental para que les ayude a afrontar de una mejor manera su duelo.

Quiero recordar a un año el fallecimiento a mi abuelito, una persona trabajadora, incansable, admirable, inteligente, capaz, con mucha iniciativa de progreso, maestro formador de cientos de jovencitos en las aulas, dirigente de toda una zona escolar, fundador de varias escuelas telesecundarias, entre ellas la telesecundaria del municipio que lo vio nacer y desarrollarse como un profesionista entregado a su trabajo, un excelente padre de familia, un abuelo maravilloso y un amoroso y estupendo bisabuelo. Toda tu familia y amigos te seguimos y seguiremos recordando para siempre, descansa en paz, Abuelito.
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