La Navidad (Nativitas, nacimiento) es la festividad religiosa entre los cristianos para celebrar el nacimiento de Jesús o Jesucristo. Se realiza el 25 de diciembre y precede a la Nochebuena. En la práctica, no solo es el día del nacimiento de Jesús, sino que abarca hasta el día de Reyes.
Su origen como día de solemnidad, en la Iglesia Católica, se dio el 25 de diciembre del año 350, siendo Julio el Papa en funciones.
Usualmente, el establecimiento de esta fecha obedeció a la razón de responder a la necesidad de la Iglesia de sustituir la fiesta de los Saturnales o Saturnalia. Estas fiestas eran en honor a Saturno, dios de la agricultura y la cosecha en la mitología romana, que celebraba el Imperio Romano y que coincidía con el solsticio de invierno. El propósito fue la aceptación del cristianismo entre los paganos (adoradores de dioses falsos, para el cristianismo, judaísmo e islam).
Los primeros eventos de la cristiandad motivaron la réplica de un “nacimiento”, escenificando aquel en el que nació el Niño Jesús. Se acepta entre la Iglesia Católica que el primer nacimiento lo hizo San Francisco de Asís, en el año 1223 en la ermita de Greccio, Italia y fue una escenificación en vivo. A partir de ahí, año con año se hizo la costumbre utilizando figuras de barro y fue Nápoles la primera ciudad que lo hizo en el siglo XV. Esa costumbre se hizo tradición y se esparció en todo el mundo. San Francisco de Asís, consideró, para tal efecto, el evangelio de San Lucas (2, 1-7). Fue su intención, según Tomás de Celano, “rendir honor a la sencillez, se exaltó la pobreza y se alabó la humildad”.
La reflexión para esta ocasión.
Como todo buen cristiano lo debe saber, en la noche que nació Jesús, el Sr. José no hizo esfuerzo alguno para realizar una gran celebración, no habló a sus amigos y compadres para beber vino en nombre del recién nacido y de paso por su salud. Tampoco la Sra.
María, madre del recién nacido, se la pasó en la cocina haciendo los deliciosos manjares para la cena en compañía de los invitados, menos, recibió ayuda para tan noble objetivo.
El nacimiento del Sr. Jesús, de acuerdo al relato bíblico, fue en condiciones, muy limitadas, que tuvo como compañía a la Virgen María, San José, una mula, un buey, más tarde los tres Reyes Magos, y todo esto en un espacio dedicado al alimento de los animales, es decir, un pesebre. No hubo espacio en el mesón.
A ese lugar, guiados por la estrella de Belén, arribaron los Reyes Magos, cuyos presentes fueron: oro, incienso y mirra. Fue Baltazar quien entregó el oro, como símbolo de riqueza y poder. Obsequio común entre soberanos, para mostrar respeto entre ellos. Para el caso de Jesús, fue el símbolo de reconocerlo como un nuevo Rey. El oro también simboliza en otras religiones, como en la India, la pureza del alma. De ahí, por ejemplo, que, si en ese país se llega el caso de encontrarse una persona fallecida, en el hospital o la calle, nadie, absolutamente nadie, le roba la prenda de oro que lleve puesta, como un anillo, un arte, etc., porque equivale a que le roben su alma y a nadie le gustaría que le robaran su alma, por ser considerada el símbolo de lo más sagrado del ser humano.
Gaspar hizo entrega del incienso, que es el emblema de las divinidades, y que reconocen a Jesús como Dios.
Melchor fue quien obsequió la mirra, sustancia perfumada de color rojo y en forma de lágrimas que es considerada como un bálsamo preciado, y que, para el caso de Jesús, representa el hecho de saber que era un hombre mortal que habría de sufrir y derramar su sangre para “salvar a la humanidad” por medio de los mandamientos cristianos.
De las insignias infaltables en el nacimiento son la vela y la estrella de Belén. La vela y su iluminación representa a Jesús, que es considerado “La Luz del mundo” y cuya expresión la hizo su propia madre María, al presentarlo ente el templo y estar de pie en el tercer escalón: “He aquí señor que vengo a presentarte a mi hijo, la luz del mundo”. Y la estrella, que significa la guía para encontrar al niño Jesús.
Toda esta narración, está vinculada con los principales valores del cristianismo, como la noción de personas, que es establecer una relación de amor/amistad/respeto entre los hombres y mujeres. Considera que todos los seres humanos somos iguales y valiosos, pues estamos hechos a imagen de Dios.
La primacía o importancia del ser, sobre el tener. Actualmente al ser humano se le está olvidando, ser humano. Carlos Marx lo efinió muy bien: “el fetichismo de la mercancía”.
Al ser una máxima pronunciada en sus últimos momentos de vida por Jesús, “ os doy un último mandamiento, que se amen los unos a los otros”, externaba con ello la ocupación de la humanidad de evitar la discriminación que oprimía a las mujeres; erradicar el culto a la violencia, que en aquellos tiempos se contemplaba en los combates mortales de los gladiadores; retirar la práctica del aborto, actualmente descrito como infanticidio; la justificación de la infidelidad en el matrimonio; y de lo más urgente, el abandono y desprecio, en ocasiones, hacia los desamparados, los enfermos, los olvidados.
La fe cristiana, como otras religiones más, tratan de jugar un papel de amortiguador social, de mejorar una cultura del respeto y cumplimiento de las buenas costumbres, como ser sinceros, hablar con la verdad, no mentir ni engañar, y, al contrario, ser tolerante, prudente, respetuoso, practicar la virtud, en sí, procurar por medio de las buenas costumbres, ser un buen padre, un buen hijo, un buen hermano y un mejor ciudadano.
No obstante, el mayor reto de las religiones es, la incongruencia, en declararse filial de una religión y no cumplir adecuadamente sus principios.
Si los cristianos de los primeros años, no hubiesen actuado con valor, convencimiento y en especial con la fe en los valores de Cristo, no existiría la influencia civilizadora y sensible del cristianismo en la humanidad.
Respeto con atención a quienes son ateos o gnósticos, sin embargo, también en esa condición, pudiéramos estar de acuerdo, en que, mentir, robar, engañar, asesinar, ser libertino, hipócritas, cínicos, egoístas, o antisociales, son situaciones que no dignifican o hacen más respetables a los seres humanos.
Con lo anterior, deseamos que los feligreses de Cristo, que las familias cristianas, vivan una Navidad, llena de reflexión y de buenas costumbres, pues si toman su fe con responsabilidad y compromiso, otro será nuestro entorno, que se encuentra lleno e invadido por los vicios, las pasiones, y una vida llena de desenfrenos que, no conducen a nada bueno para nadie. Feliz Navidad.
Por cierto. La navidad que no encuentre en su corazón, no la va a encontrar en los regalos bajo el árbol navideño.
Le envío mi cordial saludo.
Galdino Rubio Bordes. spgrb19@gmail.com