Por: Alejandro Ordóñez

En homenaje al viejo Karl Wallenda

¡Venga usted, anímese, diviértase!

Conozca el incomparable mundo del circo; enamórese de los cuerpos y la gracia de las trapecistas; sorpréndase con la fuerza de los acróbatas; contemple al hombre elefante y, si se atreve usted, por dos monedas más podrá tocarlo; observe, no a la mujer más gorda del mundo; ¡no!, vea a la mujer sirena; sí señor, oyó bien, la mujer sirena, aquélla que por una maldición que cayó sobre su madre, por bañarse en viernes santo, tuvo la desgracia de nacer sin piernas y con una enorme cola de pescado; diviértase con nuestros enanos; espántese con las deformidades del jorobado Cuasimodo y enamórese de la hermosa Esmeralda, una vez que la vea querrá llevársela a la torre más alta de la iglesia y disfrutar con su gracia, echar a vuelo las campanas, tomar por asalto el paraíso y… no, no se sorprenda si al ritmo de su pandero y su cintura termina usted bailando, porque no podrá quedarse quieto. Tenemos palcos, asientos preferentes y generales, no importa que more usted en lote de tercera, cripta o mausoleo, tenemos localidades para todos los bolsillos; apúrese, antes de que no quepa ni un alma más dentro del circo.

Circulen angelitos, no se amontonen, hagan una fila que ya va a empezar el espectáculo más grande del mundo. Abriremos con las contorsionistas y los pulsadores; después, el Gran Houdini será encadenado e introducido en una pileta de cristal llena de agua; aguarden, algo inesperado ocurre en la pista: salgan de ahí señores, no vayan a ser aplastados por los elefantes; no señor, no aviente agua al respetable; bueno, menos mal que era confeti. Y ahora, un fuerte aplauso para recibir al temerario Iván el terrible, único hombre capaz de dominar a las fieras con el temple de su carácter y que en aquella función celebrada en San Petersburgo, en presencia de la familia del Zar Nicolás III, fuera salvajemente mordido por sus leones, y provocara tal crisis nerviosa en la zarina que fue necesario llevarle a Rasputín para que con su hipnótica mirada la calmara. La magia es de Blacamán; quién más, si fue el primero en atravesar con espadas el cuerpo de una mujer, sin herirla, y en convertir el helado que comía la reina Isabel -cuando era niña-, en una rosa roja, tan hermosa, que la princesa ordenó sembrarla en los jardines de Buckingham, donde florece cada primavera. Veremos al hombre más fuerte del mundo, el negro Tom, aquél que a las Puertas de Brandemburgo derrotara a los teutones que lo desafiaron y lograra la hazaña de levantar, como moderno Hércules, unas ruedas de ferrocarril, lo que provocó tal ira en el Führer que lo llevó a abandonar la carpa, entre espumarajos que escurrían de su boca; todo ello antes de que Berlín fuera destrozado y luego reconstruido.

Ahora, señoras y señores, rogamos absoluto silencio, cualquier ruido puede ser mortal, pues no hay red de protección. Allá arriba, fíjense bien, hay un cable por el que caminará nuestro inolvidable Karl Wallenda. Sí, el equilibrista genial, aquél que atravesara el gran cañón, único capaz de dominar el miedo que produce ver abismos superiores a los doscientos metros, por debajo de sus pies, y que un aciago día, al cruzar por entre dos rascacielos en la ciudad de San Juan, de Puerto Rico, una traidora ráfaga de viento lo derribó y lo… Pero eso fue ayer y hoy no estamos aquí para rememorar noticias tristes.

Damas y caballeros, con ustedes el inolvidable Karl Wallenda, quien con sus más de setenta años cierra el programa y hará las delicias de chicos y grandes y que, para darle mayor realce a su número, hará el acto con los ojos vendados y en el centro de la pista se parará de cabeza, guardando el equilibrio, ayudado tan solo con su pértiga. Bendito sea y que Dios lo ampare.

Circulen angelitos, no se amontonen, hagan una fila que por hoy la función ha terminado; vuelvan pronto, buenas noches.