Espacio para la ciencia*
René Anaya
Los casos individuales, propios o ajenos, de angustia, depresión o ansiedad durante el confinamiento, han llevado a conclusiones apresuradas sobre los efectos de Covid-19 en el estado anímico o emocional de la población, ya que revisiones recientes sobre el impacto de la pandemia en la salud mental demuestran que el ser humano es más resiliente de lo que se pensaba.
El término resiliencia proviene del latín resilio, volver a saltar, que en la física se refiere a la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para recuperar la forma original. El empleo que hacen de este término los expertos en salud mental, se debe al neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo Boris Cyrulnik, quien lo definió como el proceso en el que fuerzas biológicas, históricas, afectivas y sociales se articulan para transformar la adversidad en algo soportable, que modifica al individuo.
La capacidad de afrontar lo adverso
El trabajo The impact of the prolonged COVID-19 pandemic on stress resilience and mental health: A critical review across waves (El impacto de la pandemia prolongada de Covid-19 en la resiliencia al estrés y la salud mental: una revisión crítica a través de las olas) de investigadores de Europa (Alemania, Dinamarca, Irlanda, Italia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suiza, y Turquía) y de América (Canadá), publicado en línea por la revista European Neuropsychopharmacology, con fecha de febrero de 2022, analiza parte de las cinco mil publicaciones sobre la pandemia y la salud mental.
Los autores, encabezados por Mirko Manchia, refieren que uno de sus objetivos es “brindar una descripción general de cómo la pandemia ha afectado la salud mental en general, y cómo la resistencia al estrés humano ha moldeado su impacto a corto y largo plazo”. Otro de sus objetivos es “resumir si existen efectos específicos de la pandemia Covid-19 sobre la resiliencia al estrés en grupos que pueden ser más vulnerables (como los trabajadores de la salud y los adolescentes), y lo que podemos aprender sobre posibles pandemias futuras”.
A pesar de que reconocen limitaciones a esos estudios porque buena parte de ellos se realizó en la primera ola, con un seguimiento corto, evaluaciones transversales y encuestas en línea, consideran que su trabajo podrá guiar “en la interpretación del impacto de la pandemia en la salud mental y el papel modulador de la resiliencia”.
Su análisis indica que hubo más angustia, depresión y ansiedad en las primeras etapas del confinamiento, pero que en general disminuyeron rápidamente por la adaptación de las personas a las circunstancias adversas, incluso estiman que pudo haber aumentado la capacidad de recuperación.
Los grupos vulnerables y los medios
En su revisión encontraron que los trabajadores de la salud tienen mayor riesgo de presentar síntomas psicológicos relacionados con el estrés, lo cual era de esperar por su contacto directo con el estrés físico y anímico de los pacientes.
Los niños, adolescentes y estudiantes han sido los más vulnerables, probablemente porque se vio coartada su interacción social, que en esa etapa es esencial para su completo desarrollo físico y mental. Por supuesto que algunos de ellos fueron resilientes porque emplearon estrategias de afrontamiento efectivas.
Los adultos mayores son más vulnerables a las complicaciones físicas de la enfermedad, pero tuvieron menos angustia, depresión y ansiedad, en comparación con grupos de menor edad.
Un factor común entre todos los grupos fue que el apoyo social, la relación con la familia, los amigos y un ser querido especial contribuyeron a que se tuviera mayor resiliencia.
En contraste, consideran que “Una cobertura noticiosa matizada y equilibrada en torno a la pandemia de COVID-19 es fundamental para evitar el efecto nocebo de una cobertura noticiosa negativa y alarmante”. El efecto nocebo es contrario al placebo, es decir produce una respuesta negativa.
Aquí, en México, es necesario estudiar el efecto nocebo causado por medios que convirtieron, y lo siguen haciendo, los datos de defunciones y contagios en la noticia principal. Asimismo, habría que fincarles responsabilidades a quienes resaltaron errores, verdaderos o supuestos, de la política sanitaria gubernamental y destinaron menos espacio a los buenos resultados en la contención de la pandemia.
Los investigadores proponen en sus conclusiones identificar cómo se ha formado la resiliencia al estrés en la pandemia, así como desarrollar programas de salud mental gubernamentales, institucionales e individuales para reducir sus consecuencias en el largo plazo.
Por último, reiteran: “es evidente que hemos mostrado un notable nivel de resiliencia durante la pandemia prolongada de COVID-19, aunque existen grandes diferencias interindividuales”.
*Publicado en la revista Siempre!