Por: Mónica Teresa Müller

Cuando ella lo vio, le cosquilleó el estómago. Sintió que sus mejillas comenzaban a arder y estuvo a punto de desmayarse, sólo atinó asirse del brazo de su compañera. El bléiser del uniforme le resultó molesto ante la temperatura del cuerpo.

Juli frenó el paso y lo observó de soslayo, las miradas de ambos quedaron suspendidas mientras intentaban acercarse.

El pecho de él golpeaba bajo las rayas azules de la camisa escolar y, de su boca, hasta se podía oír un silbido acelerado que escalaba desde las entrañas. La joven del bléiser, era ella, la chica con la que el domingo había jugado “a la botella” en el jardín de la casa de una amiga. Aún sentía el sabor adolescente de su boca en contacto con la suya.

Los compañeros del colegio se habían reunido para festejar el Día de la Primavera, la finalidad era pasar un día especia; por eso, cuando uno de los integrantes del grupo propuso jugar con la botella, les pareció una idea genial.

Sentados en ronda sobre el césped, frente a frente, chicas y chicos aguardaron a que uno de ellos girara la botella colocada en el centro del círculo, base y pico apuntaron a quienes se tenían que besar. Aquel día, la brisa del atardecer menguó la vergüenza de algunos y el calor de otros.

El joven, al verla en la vereda del colegio, tuvo la sensación que el atardecer del domingo continuaba y que el perfume del jazminero florecido se mezclaba, otra vez, con el de los cabellos de ella, que parecían sangrar entre los reflejos tenues del sol.

La tentación le indicaba acercarse y saludarla con un beso en la mejilla, pero decidió ser cauteloso y aguardar.

Juli estaba sofocada, no podía creer que él estuviera tan cerca, el corazón latía acelerado, las carpetas estuvieron a punto de caer porque sus manos temblaban. Un vacío raro y a la vez placentero, trepó desde los pies y acarició cada trecho de su piel, el hormigueo en el estómago se sumó regalándole nuevas sensaciones. Le faltaba el aire y el equilibrio luchó por no ser vencido.

Ignoraba quién había impulsado la botella para que girara, luego el pico la señaló y del otro lado estaba él, entonces aprendió a besar. El dulzor de los labios de su compañero había desmembrado los pudores y aquella noche, Juli se atrevió a soñar.

Ese lunes, los alumnos aguardaban el momento para ingresar al colegio. La puerta de la entrada se abrió. La falda escocesa de ella bailó al compás de sus pasos, que huyeron de la tentación de girar la cabeza para verlo de frente, al pasar junto a él.

Él acomodó las carpetas de estudio bajo el brazo, respiró profundo, dejó que Juli pasara, luego caminó apresurado, cuando estuvo detrás, la agarró por la cintura y sin que ella tuviera tiempo para reaccionar, le dio otro beso como el del juego de la botella.