Por: Griselda Lira “La Tirana”

El escenario majestuoso deslumbra mi alba, un instante eterno al rojo vivo encumbra la realidad tangible hacia la paradoja de la percepción emotiva ante un sol radiante que los viajeros ignoran.

El lienzo matutino al que resisto durante mi transitar cotidiano hacia el pueblo de Eastover,
lastima mis recuerdos del Altiplano Hidalguense mientras las fúnebres gotas de rocío resbalan en el espejo de mis nostalgias con sus soledades.

La pincelada violácea que aparece en el escenario es un llamado decisivo para el abandono
de una futilidad inconstante, un estar circundada por la fe hacia lo trascendente; un brío conmovedor dentro de mí me atrapa en desasosiego como a la sustancia que no puede poseerse o tocarse.

Las flores del tímido y solitario durazno que se asoma al fondo, apaciguan esta vehemencia y la transforman en ternura; una nueva creación favorecida por Venus, un banquete de bodas consumado en el otrora refugio para los esclavos.