Mónica Teresa Müller

Había llegado con retraso a la estación Retiro cuando el tren a Tigre estaba por partir.

Elsie corrió por el andén, tenía previsto embarcar en la lancha que saldría a media tarde hacia el Delta. Ingresó al último de los coches y encontró un asiento junto a la ventanilla.

Trató de relajarse, respiró profundo, se sentía feliz. El deseo de recuperar la casa de la isla se había concretado y sabía que la vivienda junto al río tenía memoria. El llamado telefónico del día anterior apuntaló la idea del viaje.

El paisaje se colaba a través de las ventanillas del vagón. La luz de la mañana arremetía con insolencia sobre los rostros de los pasajeros y con las imágenes de los viajeros reflejados en el vidrio creó historias. Desfilaron: la madre y el niño, la pareja de ancianos, el vendedor ambulante y…un hombre. No quiso girar la cabeza y mirarlo sin la complicidad del cristal, ese hombre, estaba segura, era él. A pesar de los años su rostro era inconfundible. Trató de serenarse.

En la estación de Olivos, la mujer parecía estar dormida. Entre la confusión de la realidad y el sueño, las miradas de ella y él, se encontraron de nuevo. Ahí estaban los ojos que osaban observarla con descaro sin concebir que pudieran herirla. Estaba segura de que él era el dueño del suspiro en el teléfono y que la había llamado para el reencuentro.

Por él había abandonado a su marido, ahora, la resistencia a recordarlo había claudicado. Otra vez los cuerpos se rozarían; bajo los párpados cerrados de la mujer, las manos del hombre la acariciaban sin límites. En el vidrio la mirada de él era real. Los dos, de nuevo, viajaban hacia Tigre como si los años se hubieran congelado. Ella había abandonado a su marido por él y él, por otra, a ella; la había usado para provocarle celos a su amiga infiel.

El tren había estado parado en la estación Tigre sin que Elsie se diera cuenta. Y otra vez viajaría hacia Retiro. Solo, ella y él permanecieron en el coche. Creyó ver que el hombre había cambiado de asiento y que un libro le acaparaba la mirada, se inquietó. El murmullo de la muchedumbre fue in crescendo y por segunda vez, el tren partió con destino al Tigre.

El tren pasó por varias estaciones. Cuando la formación llegó a destino, era tarde. El reloj le marcó que había viajado durante más de tres horas. Miró el cristal y no lo encontró. Se preguntó qué había pasado y, se mezclaron la realidad y los sueños. “Él debe haber bajado del tren…”, se dijo.

Elsie descendió del coche y caminó por el andén hacia el Hall Central. Estaba mareada y confundida. Alguien la abrazó por detrás. “Él, es él”, murmuró.

— ¡Hola, ma! Te vinimos a buscar porque no sabíamos qué te había pasado y saltaba el contestador del celular.

Cuando Elsie se dio vuelta, el hombre del libro pasó rozándola, sin siquiera mirarla.