Mónica Teresa Müller
Vi cuando salía de la casa del pai José y sentí que me desmayaba. La semana anterior lo había notado nervioso, esquivó mirarme varias veces en las que salimos a la misma hora y se apresuró a caminar por otra calle para llegar al colegio.
Pirucho era un amigo de esos a los que se les cuenta todo y pensaba que para él, yo era igual. Esa tarde, con un poco de temor, toqué el timbre de su casa. Me recibió como si nada pasara, en ese momento creí que yo padecía alucinaciones. Fuimos a su habitación.
Mientras esperaba que trajera una gaseosa me llamó la atención un frasco que estaba sobre el escritorio. Con disimulo me acerqué y pude leer que en la etiqueta decía: “Pomba Gira del Amor” y debajo, “Perfume- Brasil”, “fragancia potente”.
— ¿Preparaste la clase de química?- preguntó al regresar
— Me faltan algunas cosas, pero creo que llegaré a tiempo ¿Qué libros son esos que guardaste? Justo los iba a hojear.
— Libros sin importancia.- contestó inquieto.
— Che, me pareció leer un título que dice, Umbanda Blanca ¿puede ser?
Noté que se ponía de todos colores y se atragantó con la gaseosa que se había servido.
— Puede…- contestó mirando por el ventanal.
Mientras el silencio parecía hablar, busqué en el Google del celular las dos palabras. Decía que el Dios de la Umbanda Blanca es Olorum, que las Máximas son: Caridad, Amor, Fe y Conocimiento. No me pareció mal, pero Pirucho era católico práctico y el colegio en el que cursábamos el último año del secundario, era religioso.
— Piru,- le dije acercándome y poniendo mi mano sobre un hombro- soy tu amigo y una tumba para lo que me quieras contar. Dale viejo, qué te pasa.
Aquellos diecisiete años tenían tinte de misterio, me pareció una traición que no confiara en mí que le ofrecía reserva a una confesión. Quedó mudo. Sus ojos se habían posado en un ramillete de lavanda que le había pedido a mamá y colgaba de un gancho junto a ventana.
Una momia hubiera tenido una reacción diferente a la de Pirucho, que permaneció con bronca y callado. No insistí, le palmee la espalda y me tomé las de Villadiego.
Dio la casualidad que en un programa que miraba mami, se refirieron a la lavanda y para qué se usaba. Me enteré que lleva amor al corazón, favorece la felicidad, el amor y la paz interior. Era indudable que a Piru lo preocupaba un tema amoroso y yo tenía que ayudarlo.
Pasaron unos días en los que solo nos veíamos en el colegio. Una tarde marché a su casa.
No bien la mamá me recibió, fui a su habitación. Entré sin golpear y lo vi. Estaba sentado en el piso frente a lo que me pareció era una foto; junto a ella flameaban las llamas de dos velas rojas con pétalos de rosas rodeándolas y unidas por un lazo en el que estaban escritos con cera, su nombre y el mío.