Aún transitamos el tercer trimestre de 2022 y es ya obvio que se vive una ola de violencia a nivel individual y entre naciones, donde la aún existente pandemia de Covid-19 tiene un importante papel como disparador.
Esa conducta de ninguna manera es nueva, pero viendo hacia atrás unos cuantos lustros, encontramos que de manera paralela corren el aumento de la conciencia de su existencia y de que debe ser disminuida, como el hecho de su crecimiento.
La 49 Asamblea de la Organización Mundial de la Salud realizada en 1996, estableció que la violencia “es un problema de salud pública fundamental y creciente en todo el mundo”, y ordenó a su dirección general caracterizar los tipos de violencia, su magnitud y sus causas.
A casi 30 años, la situación se mantiene no igual, ya que se ha generado conciencia de la existencia y consecuencias de la violencia, pero en buena medida sin soluciones de raíz.
Esa falta de soluciones se debe en mucho a que si bien el enfoque de salud es absolutamente valido, no es el único, ya que hay causas, expresiones y soluciones sociales, políticas, económicas e ideológicas. Pareciera que el ser humano es violento por naturaleza, y nada lo puede cambiar.
La pandemia de Covid-19 ha traído un nuevo capítulo de la violencia. Un estudio de los primeros siete meses de esta enfermedad mostró caídas de las manifestaciones de corte político en todas las regiones del mundo, salvo en Asia del este donde se mantuvieron casi sin cambios, y América Latina, donde la baja fue reducida de acuerdo al trabajo de The Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED).
Pero conforme la crisis sanitaria avanzaba, quedó muy claro en todo el mundo que la violencia intrafamiliar en todos sus tipos iba al alza. La violencia intrafamiliar por el encierro debido a la pandemia afectó a todo el planeta. Naciones conocidas por su alto índice de bienestar social de pronto vieron que los indicadores en este rubro subían.
Un ejemplo es Noruega, donde los reportes de violencia de pareja se dispararon 54 por ciento durante el encierro de marzo a diciembre de 2020. El estudio de BMC Public Health encontró para sorpresa en otros lugares del mundo, que los autores de violencia de sexo femenino superaron a los hombres.
En un país donde los problemas son objeto de estudio científico, se pudo determinar que un porcentaje alto de las víctimas vivían desde antes en condiciones de inseguridad y mostraban ya problemas personales y de pareja.
La rama europea de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó desde mayo de 2020, a dos meses del “quédate en casa”, que la violencia contra hombres y mujeres por parte de sus parejas, así como en contra de niños, había aumentado en Bélgica, Bulgaria, Francia, Irlanda, Rusia, España y Reino Unido, entre otros países de esa región.
Su informe añadía que los reportes de auxilio ante violencia hechos por mujeres habían crecido 60 por ciento solo en el mes de abril, mientras las solicitudes para prevención de violencia en las líneas habilitadas para ese fin, se quintuplicaron.
En México, donde los semáforos en verde son ya la inmensa mayoría en los estados de la república, el fin de encierro abre el riesgo de descuidos en las medidas de prevención y se alimente una nueva ola de contagios, al mismo tiempo que la violencia intrafamiliar también se reduce.
Sin embargo, un motivo de preocupación es que la saña con que muchas veces se ejerce la violencia, es decir, el enojo ciego y cruel como define a saña la Real Academia, esté cada vez más presente en las agresiones de todo tipo que vemos, desde un presunto fusilamiento a las afueras de una funeraria hasta grescas en un partido de futbol, ante lo cual hay que evadir concepciones simplistas e ir a fondo para entender y prevenir, y desde luego sancionar, este fenómeno multifacético.
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