La invasión de Rusia a Ucrania va más lenta de lo que se pensaba, lo que permite conocer caras de la realidad internacional que no eran públicas. Una de ellas es que la fortaleza del presidente ruso Vladimir Putin muestra grietas. ¿Hasta dónde podrían llegar? Esto quizá, al menos en parte, lo podría mostrar esa guerra.

Putin no es cualquier presidente. Después de la desaparición de la Unión Soviética, se convirtió en el político que su país esperaba para reconstruir a Rusia, la heredera de la URSS. Y lo ha hecho.

Su casi perpetuación en el poder así lo muestra. Asumió por primera vez la oficina principal del Kremlin en 2000, y tras dos periodos de cuatro años cada uno, salió en 2008. Pero solo de esa oficina principal, pues se trasladó a la del primer ministro, cargo que tomó mientras Dimitri Medvedev presidía.

Medvedev alargó la duración del mandato presidencial para dejarlo en seis años en total a partir de 2012, año del regreso de Putin quien terminó ese mandato en 2018 tras una nueva reelección, que repitió para una gestión que debe finalizar en 2024, pero en 2020, cambió la constitución y ahora puede presentarse de nuevo por dos ocasiones, una en 2024 año y luego en 2030. Si algo extraño no sucede y nada parece anunciarlo, y gana esas dos elecciones, terminará en 2036, cuando tenga 85 años de edad, a menos que en alguno de esos dos comicios no gane o haga una nueva modificación que le permita seguir.

La virtual presidencia vitalicia que necesita dos ratificaciones o procesos electorales de reelección, ha enfrentado manifestaciones pero nada que preocupe a Putin. De acuerdo al Centro Levada, encargado de medir la aceptación, tenía 71 por ciento de aprobación en febrero pasado, 18 puntos menos que en junio de 2015, su calificación más alta.

Las manifestaciones en Moscú y varias ciudades rusas no hicieron mayor efecto al proceso que ha llevado a que el mandatario ruso tenga toda la mesa legal lista para su perpetuación. Al margen de las consideraciones sobre esa situación, habría que decir que el único opositor notorio es Alexei Navalny, quien se encuentra encarcelado a 100 kilómetros de Moscú, donde apenas este martes 15 la fiscalía pidió 13 años de prisión por estafa y ofensa al tribunal.

La invasión rusa a Ucrania no parece, hasta ahora, que cambiará de manera radical la forma en que el gobierno ruso trata a sus opositores o, simplemente, a quienes tienen la mala costumbre de pensar diferente y por cuenta propia saliéndose del pensamiento unidimensional del poder, a los que ha llegado a llamarlos traidores.

Se han registrado manifestaciones contra la guerra pero nada que conmocione. Quizá la protesta más resonante ha sido la de Marina Osvyannikova, periodista madre de dos hijos que cumple tareas como editora en el canal 1, el de mayor audiencia en aquel país, quien en el horario y programa estelares, mostró una cartulina en inglés con la leyenda “No guerra”, y luego en ruso en letras escritas a mano agregaba “paren la guerra, no crean en la propaganda, aquí les están mintiendo”.

Osvyannikova mostró que la libertad de expresión es ejercida por los periodistas si los medios donde trabajan se los permiten. Los medios, las empresas de comunicación, siguen sus pautas que no necesariamente coinciden con las de los periodistas. En Rusia el Canal 1 es propiedad en 51 por ciento del gobierno, en 25 por ciento del Grupo Nacional de Medios y en 24 por ciento de Roman Abramovich, millonario ruso que también cuenta con las nacionalidades israelí y portuguesa. Naturalmente esta descripción no parece muy proclive a oponerse a la guerra.

Con 144 millones de habitantes, una disidente no hace verano. Ni tampoco el éxodo de rusos que se van a los países vecinos y si cuentan con recursos, al Golfo Pérsico o aún más lejos, pero que se van de su país ante el panorama difícil que ven llegar o el temor a ser enlistados, más que por oponerse a la guerra.

Así, el panorama interno ruso no nos marca una fuerte oposición a la guerra, lo que deja a Ucrania solo con sus propias fuerzas y a que las sanciones de Occidente hagan efecto a una velocidad que no parecen tener.

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