Perdidos entre las noticias de la pandemia, la guerra en Ucrania, la inflación, además de la información nacional, los reportes sobre el calentamiento de las zonas más frías de la Tierra han pasado desapercibidos, a pesar de su importancia para nuestro futuro.
Es tan preocupante que ambos polos estén llegando a temperaturas altas con escasos registros previos, como el hecho de que no se les preste atención, ya que se cancela la posibilidad de hacer algo para tratar de evitarlo.
El reporte más reciente de este tipo ocurre esta segunda quincena de marzo, cuando en el oriente de la Antártida, a tres mil metros de altitud, se registró la temperatura de solo 11.5 grados bajo cero.
Los investigadores franceses e italianos que operan en la base Concordia, subrayaron que al tratarse de un evento que ocurrió luego del solsticio de diciembre, se esperaba que las temperaturas bajaran de manera rápida, como suele suceder, y no a la inversa.
Se trata de una auténtica ola de calor en la Antártida, que rebasa el promedio del calentamiento del planeta, que oscila alrededor del 1.1 grados en los tres siglos pasados.
Los científicos estiman que se trata de un hecho relativamente aislado, pero se encuentran pendientes de su repetición, ya que de darse de nueva cuenta varias veces, sí se podría hablar de que forma parte del calentamiento global, sobre el cual se ha alertado de manera repetida en los últimos lustros.
Pero hay antecedentes similares en otras regiones menos frías de la Antártida. El siete de febrero de 2020, cuando iniciaba la actual pandemia, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), organismo de Naciones Unidas, reveló que el extremo norte, había registrado la temperatura de 18.3 grados centígrados, ocho décimas más que los 17.5 grados del 24 de marzo de 2015, que era el más reciente récord.
Estas temperaturas no son nuevas. La propia OMM recordó que hasta ahora la marca es de 19.8 grados, anotado en enero de 1982 en la isla Signy, una de las integrantes del archipiélago de Orcadas, en el sur de la Antártida.
De acuerdo a esta información, la región del polo Sur no tiene una tendencia continuada, sino como se ve, con altas y bajas espaciadas.
Al otro extremo del planeta, en el Ártico, de la misma manera se han registrado temperaturas no menos altas. La más reciente fue en junio del mismo 2020, cuando se registraron 38 grados al sur del círculo polar ártico, en la república rusa de Sajá, en Siberia oriental, donde el clima es seco, los inviernos fríos y los veranos calurosos.
Treinta y dos años antes, es decir, en 1988, en la zona la temperatura había alcanzado los 37.3 grados, la marca anterior. En el Ártico el aumento de la temperatura duplica la media mundial, y los registros ya marcan como una consecuencia, que tras el deshielo, el volumen de hielo marino del área es inferior hasta en un 50 por ciento respecto a las mediciones de 1979 a 2019.
Al parecer, si esperamos ver escenas de una durísima tormenta invernal que inclusive saca del mar a grandes cargueros, como las que se vieron en la cinta El Día después de mañana, nos quedaremos con el deseo, y en su lugar veremos el lento incremento del nivel del océano, tres milímetros por año, y por ende una pausada inundación de las ciudades costeras.
Pero mientras sucede lo anterior, se está perdiendo tiempo valioso para tomar medidas de contención, que al tener que ser necesariamente globales, demandan de la atención y el esfuerzo de personas y gobiernos, por ahora muy ocupados en el exterminio veloz de la guerra.
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