Por: Mónica Teresa Müller

La vida de Alexis en Pasadena, California, distaba de ser tranquila. Las bandadas de loros salvajes, a toda hora, provocaban las quejas de los vecinos.
Se habían mudado porque su padre acompañaba como investigador a su amigo Williams Hinds, un redactor de temas científicos del Washington Star y que era considerado un genio para el mundo. Alexis y su hermano Jeremías habían sido testigos de una distinción recibida de la Asociación Americana para el Adelanto de la Ciencia, por sus crónicas sobre el espacio y la Energía Atómica.
Alexis estaba cansado de oír hablar del científico, que influía hasta en la dieta que comían, por el contrario a Jeremías lo deslumbraba en todo lo que hiciera.
Su hermano no daba explicaciones ni de su actividad laboral. Desde niños habían pensado y hecho cosas opuestas; mientras que Alexis mostraba perfil bajo, Jeremías aceptaba hasta propuestas quizá inaceptables. Era posible que sus estudios acentuaran la personalidad; había cursado en la escuela Laurence Oliver, de excelso nivel, donde estudiaron conocidos actores, allí también había aprendido escenografía. Su hermano era un huésped en la casa, nadie osaba preguntarle algo y si sucedía, contestaba:”la vida de uno es de uno”. Asistir al Oliver le había dado la oportunidad de relacionarse con personas influyentes. Deliraba con Hollywood y la fama, por lo tanto, todo iba a ser permitido para llegar a la meta.
Jeremías hacía semanas que viajaba a Texas y a Florida acompañado por el loro, que ocupaba el primer lugar en su vida
A la par de su carrera, participaba en proyectos que rozaban lo óptimo. “El programa en el que estamos embarcados es bastante arduo”, había oído Alexis que su hermano le comentaba a su padre y a Mr. Hinds, quien había contestado: “La tecnología de la exploración es realmente difícil”. Alexis no hizo preguntas, él era él y su templanza colaboraba para que se mantuviera alejado de los conflictos.
Corría el año 1969, el mundo estaba revolucionado, se cumplirían las expectativas de los investigadores en el programa Apolo. Aquél veinte de julio, las familias reunidas, con los ojos fijos en las pantallas de los televisores, serían testigos de una hazaña
Alexis y sus amigos aguardaban la llegada del hombre a la Luna. Suponía que Jeremías se había reunido con su padre y Hinds, ya que se hallaba desde hacía dos meses en la Florida. Llegado el momento, la emoción los acaparó. El alunizaje en el Mar de la Tranquilidad se aproximaba, las imágenes de las tomas en el espacio lunar eran bastante claras. Las pisadas sobre el suelo dejaban a los espectadores deambulando en el mundo de lo fantástico. Alexis estaba impresionado.
De pronto, su mirada quedó fija en el piso sobre el que le pareció ver la sombra de un loro que volaba fuera del área de las tomas, prestó más atención y alcanzó a ver, a pesar de la rapidez de la cámara, que una pluma minúscula se escondía dentro de un cráter lunar.