Dr. Edgar Manuel Castillo Flores
Al realizar una breve revisión sobre la actual crisis medioambiental del mundo es un hecho que las actividades antropogénicas son las que más han incidido en la afectación del medio ambiente. Empero, vale la pena cuestionarse si ¿todas y todos somos igualmente responsables de estas alteraciones? O bien, ¿quiénes han contaminado y extraído la mayor cantidad de recursos? Pero más importante, buscar cuáles son las alternativas que mejor nos auxiliarán a visibilizar estos fenómenos.
Si bien es cierto, cada día hay mayores esfuerzos por establecer alternativas de solución entre las que se mencionan el adecuado manejo de residuos sólidos o cambios en las formas de consumo. Estas medidas hasta el momento son insuficientes si no conllevan la responsabilidad de las grandes empresas contaminantes, así como de los actores políticos que legislan al respecto. Así, las principales fuentes de emisión de gases de efecto invernadero (GEI) provienen del sector energético (72%), la agricultura (11%), procesos industriales (6%) y cambio de uso de suelo (6%) (WRI, 2017). También, los principales países emisores de GEI son China (24.3%), Estados Unidos (13.4%), la Unión Europea (9.1%), India (6.3%), Rusia (4.9%) y Japón (2.7%). Por otro lado, en cuanto al uso de agua, el 70% se destina a la agricultura, 20% al sector energético e industrial y menos del 10% de uso doméstico (UNESCO, 2020). Esta cifra es crítica pues 2.2 mil millones de personas no tienen acceso a agua potable (UNESCO, 2020).
Las relaciones entre sociedad y naturaleza, requieren de enfoques integrales que permitan visibilizar las diversas problemáticas socioambientales, incluyendo la perspectiva política. Los principales marcos para estudiar a los sistemas socio-ecológicos son, en primer lugar, el “Ecosocialismo “, que es un enfoque orientado hacia una transformación social y económica revolucionaria e integra argumentos del movimiento ecologista con la crítica de la economía política de Marx (Lowy, 2015). En sí, se busca una nueva sociedad basada en racionalidad ecológica, control democrático, equidad social y la predominancia del valor de uso sobre el valor de cambio. Así mismo, plantean tres aspectos que son: la ética, centrada en los actores y no en los comportamientos individuales; el altermundismo, que implica la protesta contra el orden existente y sus instituciones y; lucha contra la publicidad, para cambiar hábitos consumistas impulsados por medios de comunicación (Zuluaga e Imbett, 2019; Lowy, 2014).
En segundo lugar, el “ecologismo de los pobres”, que surge como una respuesta al ecologismo ecocentrista de los países desarrollados basado en la belleza paisajística de la “naturaleza pura” por su valor estético y biológico (Folchi, 2019; Guha, 1994). Este enfoque se centra en la defensa del medio ambiente, no por cuestiones estéticos, sino para obtener el sustento de las poblaciones locales. En otras palabras, se basa en la defensa del territorio y la aplicación de prácticas orientadas a proteger su propio hábitat para mantener el bienestar, salud y calidad de vida de las personas que en éstos habitan (Folchi, 2019). Es precisamente la defensa del territorio lo que enmarca la tesis del ecologismo de los pobres.
Finalmente, “la perspectiva de los bienes comunes”, que tiene la finalidad de mostrar que los usuarios de los bienes comunes pueden establecer acuerdos de cooperación a partir de reglas, esquemas de sanción y monitoreo con resultados de manejo casi óptimos (Merino Pérez, 2014; Ostrom, 2010). La perspectiva de los bienes es una respuesta al planteamiento de Garret Hardin (1968), quien estableció la destrucción de bienes comunes (pastos) por parte de pastores. Éstos, en su afán de aumentar ganancias, introducían un mayor número de ovejas al prado, lo cual resultaba en la inevitable destrucción del mismo. Pero también, la importancia de los actores locales en los procesos de conservación o deterioro de los bienes comunes (Merino Pérez, 2014). De ahí que se formule que, la propiedad colectiva no condiciona la destrucción de los bienes comunes, sino que crea un sentido patrimonial de largo plazo; también, reconoce que la acción colectiva entre individuos y acciones hacia objetivos comunes es una posibilidad real y potencial, misma que requiere de compromiso, construcción de visiones comunes, acuerdos, reglas y confianza construida y; el crecimiento de la población y la pobreza no guardan relaciones lineales con el deterioro de la naturaleza. De esta forma, no son los más vulnerables los principales responsables de la alteración y contaminación del ambiente, sino que es un conjunto del todo.