Por: Carlos Muñoz Moreno
Una vez que el Instituto Estatal Electoral de Hidalgo ha entregado a Julio Menchaca Salazar su constancia de mayoría, como Gobernador Electo, quiero escribir largo y tendido de un montón de cosas que no publiqué por la irracional y arbitraria ley electoral que impide que alguien como yo, funcionario de gobierno –sin tener contacto directo con la ciudadanía, ni manejar presupuesto ni bienes gubernamentales—exprese con libertad su pensamiento, preferencia y opinión político-electoral, bajo la amenaza de ser criminalizado.
Mi libertad de expresión fue cercenada porque la desconfianza es lo que hoy campea en una clase política que tiene miedo a la crítica de frente, que teme la opinión de la ciudadanía, que cree que un gobierno de cualquier nivel, municipal, estatal o federal, trabaja en bloque por un partido, cuando el compromiso del servicio público es con la ciudadanía, y las libertades deberían ser las mismas para todos.
A lo largo de toda la etapa de campañas electorales muchos de mis lectores me preguntaron por qué no escribía, por qué no expresaba mi opinión de lo que ocurría a lo largo de esos días donde las sinrazones, las venganzas, los temores y la ausencia de actores políticos fundamentales en un proceso histórico para la entidad, fueron parte decisiva del resultado que ahora se vive.
Para irnos poniendo al día, en este su PAÍS DE REVÉS habré de escribir con mayor frecuencia, abordando esos temas que, debido a que se me coartó mi derecho a expresarme, no pude decir. Escribir de lo que pasó en Movimiento Ciudadano que pasó de un presunto “candidato cantado” a un “candidato cantante”. O del extraño experimento de los verdes que terminaron postulando a un expriista, con aspiraciones morenistas, converso en ambientalista.
O la receta mágica para echar por la borda una idea genial que terminó ahogada por una ola morenista que recordó en mucho el sunami obradorista del 2018, y que además, con un candidato que logró conectar con la gente, le pasó por encima a cualquier oposición posible –e imposible—.
Ustedes, mis lectores de viejo y nuevo cuño, habrán de refrendar, al leer, que esta columna nunca ha sido, y no será, desde su nacimiento en el lejano año 2000, ni palero, ni aplaudidor ni promotor de partido político alguno; el único traspiés político en la materia lo fue mi fugaz paso, allá por 2002, mi participación con México Posible, un partido que al final de día, como muchos de los micropartidos fugaces en México –morralla, que también les han dicho— sólo trabajaba como un negocio de unos cuantos, por lo cual renuncié a esa lejana militancia y me convencí con mayor fuerza de la enorme necesidad de que sean los ciudadanos, no los partidos, quienes dicten las políticas necesarias para sacar a México y a Hidalgo adelante.
Hace cuatro años, cuando López Obrador ganó la presidencia, pensé que quizás esa alternancia ayudaría a sacudirnos una cleptocracia rapaz que acababa con nuestro país.
Hoy, con la llegada de Julio Menchaca –además de todo un querido amigo de hace más de 20 años— a quien conozco como un hombre afable, inteligente, preparado, capaz, honesto y respetuoso de la ley, espero que sea también el tiempo de la alternancia honesta, de la izquierda moderna donde el gobierno sea incluyente, diverso, capaz, justo, y sobre todo se preocupe por los más vulnerables; que responda de frente a una votación que exige un cambio, de fondo y no sólo de formas.
Así que, mi querida cuatitud, nos leeremos con mayor frecuencia.