Por: Alejandro Ordóñez
I
Descubres con sorpresa las transformaciones de tu mente, de tu cuerpo y de la percepción y el respeto que guardaban los demás para ti.
Te conviertes en enmohecido pararrayos donde otros descargan la fuerza de su ira y de sus frustraciones.
II
Los jóvenes suelen criticar feroz y acremente a esos viejos que olvidan todo, que pierden todo, que rompen todo… que les duele todo.
Ah, pero no hay peor crítico que otros viejos a los que les ocurre más o menos lo mismo.
III
Llegan como una bendición a tu vida, los llenas de amor, de ternura y los proteges. Tratas de comprender sus rabietas infantiles, sus berrinches juveniles y de apoyarlos en todo. Se convierten en el proyecto más importante de tu existencia y tus mejores esfuerzos giran en torno a ellos.
Crecen, se hacen adultos y siguen su camino, ley natural de la vida, y un día descubres que el indefenso, el frágil, el vulnerable eres tú; te resignas y aguardas en silencio que esa ternura, esa comprensión, esa protección que sembraste… fructifiquen.