Por: Griselda Lira “Tirana”

¡Grítenme piedras del campo! Cuco Sánchez

“Al nopal solo lo visitan cuando tiene tunas”.

Mi regreso a México después de veinte años en Texas fue como abrir una herida profunda de recuerdos que presumía haber olvidado; no obstante, al enfrentar a mis hermanos y al mismo tiempo desconocerlos, caminar por las calles vetustas del pueblo, observar cómo el tiempo había pasado por ellas con su desordenada mezcla de estilos arquitectónicos y su quejumbre perpetua por un gobierno de eternos retornos; me hizo descubrir que mi máscara de poder era un absoluto autoengaño. Ni era fuerte, ni era mexicano, ni era chicano, era un débil arrogante con dólares en el bolsillo visitando a una familia que no me necesitaba y muy por el contrario, despreciaba mi American Way of Life con su machacada locución chicana: “¡Oh, sí!”

Mi dinero era querido, pero yo no.

“El muerto y el arrimado a los tres días apestan ”.

Después de cinco meses de estancia en la casa de mi madre, a donde también vivían dos hermanos con sus respectivas familias, me fueron orillando al cuarto más alejado para volver a convertirme en un extraño. Ya no tenía dólares, tenía pesos y entonces me comenzaron a llamar como en la infancia, “el mocoso” por chillón y malcriado. Tratando de encontrar un lugar a donde sólo existe desconcierto, me convertí en un exiliado en mi propio espacio. Repudiaba mi origen y yo, tenía desconfianza de todos.

“En esta vida, todo se paga”

Caminando por la calle que conduce al panteón me encontré a Rosaura, quien a paso apresurado intentó evadirme, la seguí hasta su casa buscando la mirada de sus ojos negros. Ella había sido mi primer amor, mi primera mujer, pero la abandoné para hacer norte. Ahora que estaba solo y mis hijos ya no entendían a México, decidí iniciar una nueva vida. Dejé mis prejuicios y busqué a Rosaura; abrió la puerta de su casa y sin decir palabra, me condujo a un cuarto.

Sobre la cama yacía un joven enfermo e inmóvil, mirada perdida hacia el techo. Al verlo, sentí rabia, compasión, rencor e ira en contra de mi falsedad. El telón de mi escenario cayó ante mis ojos. Como siempre, salí huyendo, pero esta ocasión corrí hacía el campo a todo galope. Al llegar a la finca abandonada de don Fidel, me desvanecí en llanto, mojé las piedras como el mocoso irresponsable que siempre fui y volví a mirar a México como a la tierra que me vio nacer.

Al siguiente día, regresé a la casa de Rosaura, le llevé unas flores y le pedí perdón por todo el daño que le causé al abandonarla; ella no me replicó, ni se quejó, solo me dijo:

– ¿Quieres un pulque? Tarde o temprano, los hombres siempre regresan a su cajete.