Por: Autor Alejandro Ordóñez.
* 7 *

Un país dividido. Grupos de nobles empeñados en luchas fratricidas. Egoísmos sin cuento. Una patria que no era, pero que aspiraba a ser, separada por banderías y ocupada parcialmente desde hacía ya casi ocho siglos, por los moros. Un horizonte sin mañana. Una gesta que se cansó de ser. Sólo el empeño, el coraje y la visión de dos grandes podían dar cauce a esas fuerzas empeñadas en neutralizarse entre sí: ¡Isabel y Fernando! Ah, decía con pesar Fray Diego de Valencia, un siglo antes del advenimiento de los reyes católicos:
“Ca si esta gente fuese concordada, e fuessen juntados en un coracón, no sé en el mundo un solo rencón que no conquistassen con toda Granada”.

​Mas llegó el tiempo en que la gente fue concordada y juntos, en un solo corazón, conquistaron Granada. Amanecía apenas el año 1492, era su segundo día y ya Isabel y Fernando, para empezar a forjar su grandeza, entraban triunfadores a la Alhambra. El imperio se fortalece, crece. La experiencia militar que habrá de jugar un papel preponderante en los tiempos que se aproximan ha dado sus primeros frutos y Gonzalo Fernández de Córdoba, el gran capitán, ha empezado a escribir la historia, su historia… Se fundarán universidades: la de Valencia y la de Alcalá de Henares, que llegaría a ser tan famosa como la de Salamanca; aquélla, la del famoso lema pintado en sus rejas: Lo que natura non da, Salamanca non lo presta. El imperio se fortalece, crece y en lontananza se adivinan ya las doradas costas de América. Isabel y Fernando consolidan sus reinos, mediante la concertación de matrimonios -de sus hijos-, con los herederos de otras coronas y el aislamiento de Francia, enemigo mortal de Castilla.

Abre el rey de España, ¿qué tenéis? Dos reinos, su Ilustrísima. ¿Reinos de qué? De Castilla y de Aragón, su Ilustrísima. ¿Par de reinos con qué? Con Indias Occidentales. ¿Tapadas o descubiertas? Tapadas, mi señor, todavía no han sido descubiertas. Qué lástima, valen menos, mucho menos. ¿Qué desea? Una alianza con la casa de Austria. ¿Qué pide? La mano de la princesa Margarita, su Ilustrísima. ¿Qué ofrece? A mi hijo Juan, primero en la línea de sucesión. ¿Quién toca con tanta insistencia a nuestra puerta? Un menesteroso, su Ilustrísima. ¿Un menesteroso, decís y qué desea? Hablaros. ¿Está iniciado en los grandes secretos? Así lo afirma. De todas maneras estoy ocupado, que espere, estamos jugando una partida de Europa, ¿no os dais cuenta? Es que dice que desearía hablaros antes de que empezarais. Ya lo hemos hecho, si desea jugar que aguarde a la siguiente mano. Tsch. Tsch. Fernando, ¿estáis seguro? Mirad, mirad qué porte se carga la tía esa, si parece una zorra. Callad mujer, yo sé lo que hago. Pero ved, es una zorra, una caliente, a leguas se le nota que no es sino una hembra en brama. Por eso, mujer, yo sé lo que hago, lo que nos gusta a los hombres, nuestro Juancillo va a estar feliz. Ha de ser una puta. Isabel, por Dios, ¿qué es eso? ¿Y para qué la queréis? Ni siquiera es la primera en la línea de sucesión. Callad mujer, con un poco de suerte se les muere Felipe, el heredero de la corona y entonces nuestro Juan hereda Austria. Fernandooo, pensáis en todo. ¿Qué tiene que decir el emperador de Austria? Que acepto, su Ilustrísima, pero con una condición: la mano de la infanta Juana para mi hijo Felipe, quien además de ser el archiduque de Austria es el hombre más apuesto de Europa, no en vano le dicen el Hermoso. Tsch. Tsch. Fernando, aceptad, aceptad ya, hombre, no vaya a ser la de malas y se arrepienta. Callad mujer, no veis que el tío ese no es más que un poco seso, un canalla, un degenerado, un pervertido, un depravado, un semental, un garañón, un putañero… Por eso, Fernando, aceptad, yo sé lo que nos gusta a las mujeres, veréis que contenta va a estar Juana con su regalo. ¡Isaaabeeel! Max, Maximiliano, ¿ya te diste cuenta de lo qué hiciste? ¿Cuándo, a ver, dime cuándo vas a poder sentar a tu hijo, el Hermoso, en el trono de España, si para hacerlo tendrían que morir Juan e Isabel hija? Pero no es sólo eso, Max, tendrían que morir también los hijos que aún no nacen. Silencio. Cartas nuevas y sigue mandando el rey de España: Alfonso, heredero de Portugal, para mi hija Isabel; en caso de que Alfonso muriese, su hermano Manuel el Afortunado, para ella; si Isabel muriese después, Manuel el Afortunado, para mi hija María. Por último, su ilustrísima, Arturo, príncipe de Gales, para Catalina. Carajo mira nada más que cachaza: Austria, Flandes y Borgoña con España, Portugal con España, Inglaterra con España, espero que España esté con España. ¿Y Francia, qué le queda a Francia? Rezar, su excelencia, rezar. Concluyamos el juego, ¿qué tenéis? Dos pares, su excelencia; tercia; póquer, Ilustrísima. Flor imperial, entonces gana España. Que pase el visitante. Su Ilustrísima, no quiere dejar la guadaña. Decidle que a los aposentos papales nadie puede entrar armado, sólo que la deje podrá hacerlo. Está bien, su Ilustrísima. ¿Qué deseáis, miserable criatura? Con todo respeto, quiero deciros, su Ilustrísima, que en esta primera mano he venido a reclamar a los siguientes personajes: al príncipe Juan y a su hijo sin nombre; a la princesa Isabel y a su hijo Miguel; a Alfonso de Portugal; al príncipe de Gales y por último a Felipe el Hermoso. ¿Qué ofrecéis a todos ellos?

La eternidad, su Ilustrísima. ¿Y se puede saber quién sois vos? ​La muerte.
¿La muerte? ​
¿La muerte?
¿La muerte?
¡La muerte!

​Juan, mi Juancillo, el primogénito de mi estirpe, ¿muerto?, no puedo creerlo. ¿Y de qué ha de morir? De consunción, majestad. ¿De consunción, pero cómo es posible? ¿Consunción a fines del propio siglo quince? Nadie muere de consunción en esta época. Que venga Nebrija. Nebrija, ¿qué es consunción? Consunción es, majestad, la acción y efecto de consumirse; también significa extenuación, enflaquecimiento y demacración progresiva. Consunción, consunción, ¿y se sabe por qué puede venir la consunción, joder? Por joder, su majestad. ¿Cómo? Por joder, joder y volver a joder su majestad.
​Tras la noticia llegó el duelo, un duelo del que España tardaría años en liberarse. Cuando los doctores advirtieron los primeros síntomas de debilidad en don Juan sugirieron a Isabel la conveniencia de separar temporalmente a la pareja, pero la reina católica dijo: lo que Dios unió, no lo separe el hombre. No faltaron personas que se negaron a creer que un joven pudiera morir a consecuencia de sus excesos sexuales; sin embargo, conviene recordar que años después, el segundo marido de Margarita también murió de consunción; es decir, de debilitamiento progresivo provocado por una excesiva actividad sexual…

* 55 *

​Despiertas sobresaltado, algo ocurre, lo sabes. Escuchas los ruidos que hace la mula, tomas tu lámpara y te diriges a la caballeriza. Te reconoce, te pela los dientes en señal de tierno afecto, agita la cabeza: sí, sí, sí. La tocas, está inusualmente caliente. Tal vez sea una reacción por los golpes. ¿Y si se muere? Mueles una buena cantidad de aspirinas, las vacías en una botella de cerveza y se las das a tomar. Sí, sí, sí. Ruiditos de gracias, un fuerte eructo que deja apestando el cuarto es su agradecida respuesta.

Cuando te mueras, mula, cuando me muera, cuando ya estemos muertos todos, te voy a buscar en el cielo de los animales, ¿sabes para qué? Pues mira, algo debieron saber de la relatividad de Einstein los que inventaron el cielo, porque abandonando este espacio saldremos de este tiempo, serán nuestros todos los tiempos y todos los espacios. Vamos a pedir, mula, que nos bajen en Tordesillas, tú y yo. Sí, sí, sí. Iremos por doña Juana, que después de tantos años en aquella torre habrá quedado por lo menos en espíritu. La vas a cargar, la vas a cuidar, la vas a proteger de los peligros, así cuando veas alguno o das la vuelta o lo rodeas o te niegas a seguir de frente. Por ejemplo: si ves al cardenal Cisneros te haces disimulada y te vas de lado. Si ves a don Fernando, huyes, corres, no vaya a inventar que eres la mula loca o te vaya a salir súbitamente una esquinencia en la garganta. Le preguntaremos a la reina adónde quiere ir: ¿A Flandes? No, su alteza, hace mucho tiempo que don Felipe murió, ¿ya no se acuerda? ¿A Flandes por su hijo Carlos, para que aprenda a quererla? No estaría mal, pero tampoco se encuentra ahí desde hace tiempo. Es más, si ven a Carlos háganse las muertas, sí, es lo más conveniente. ¿Adónde la llevarías, mula, mulita? Ya sé, a Andalucía, dicen que ahí sí la quisieron, o con los hombres que por su amor se levantaron: “los comuneros”, que con su vida pagaron el precio de su lealtad y su osadía. No, mula, mejor llévala a Granada, que vea a su madre, que se quede con su madre, ella sí que la quiso.

​Ahora que nos muramos mula, voy a ordenarte que me lleves a Flandes, voy a pedir a don Felipe que me deje entrar al aposento donde Juana amamanta a sus hijos. Dice Solange que le gusta ver, que le gusta que otros hombres vean los hermosos senos de su esposa, la reina; que le mandó hacer pinturas con vestidos escotados y reúne a los hombres de la corte para que la vean dando de mamar, aunque dicen sus enemigos que Juana está loca, sólo a una reina loca se le ocurriría amamantar a sus hijos, habrase visto. Cuando estemos en Flandes voy a pedirle a doña Juana que me deje mirar sus grandes ojos verdes, que me deje tocar su cabellera endrina, que me deje admirar sus pechos y cuando esté prendido a ellos voy a besarlos y a acariciarlos con tanto amor que no volverá a echar de menos a Felipe. Voy a succionar su leche, voy a beberme de un trago los fluidos que corren por su cuerpo, voy a beberme de un trago su pasión, después voy a hacerle el amor para que por sus entrañas corra la savia de mi vida y fructifique la higuera de su corazón. Voy a lamer las llagas de sus piernas que huelen a excremento, voy a lamer sus nalgas, su vientre, el vello de su pubis, voy a lamerla toda como se hace con un recién nacido, mientras ella se come mis gusanos y las secreciones de mis heridas. Vamos a ignorar a Felipe, lo vamos a dejar toda la noche afuera, a las puertas del aposento, tocando, llorando, mientras escribimos la locura de este amor. Cuando estemos en Flandes, tú y yo, mula, voy a montarte, voy a cargar a la reina en mis brazos y nos vamos a ir, volando, adonde otros locos nos acepten. Ahora que te tenga en mis brazos, Juana, te voy a robar, te voy a llevar a donde nos quieran, ¿adónde? Si todos parecen odiarnos. ¿Sabes por qué no nos quieren, Juana? Porque por nuestras venas corre la sangre de Cristo. No lo olvides, Juana, una de tus bisabuelas paternas era judía, judía como tú, judía como yo, judía como Jesús. Por eso no nos quieren los católicos. ¿Y los judíos por qué no nos quieren? Porque renegamos de Yavhé, dicen…

​Ahora que te robe, Juana, te voy a llevar a Andalucía. Montados en la mula iremos a Jaén, Sevilla, Cádiz, Málaga y Almería. Montados en nuestra mula recorreremos la Alhambra, como lo hicieran un día tu madre y tu padre. Juntos vamos a buscar a Antonio Machado, vamos a pedirle que nos escriba otra saeta, ¿te acuerdas Juana? Oh la saeta el cantar/ al Cristo de los gitanos/ siempre con sangre en las manos/ siempre por desenclavar… Le vamos a pedir que escriba un canto al Cristo de los judíos, que es el tuyo y es el mío y el de Sara, Jacob, Esther, Abraham, el del hospital del Cristo Redentor y el de don Diego el inquisidor, el violador de su hija, el asesino; es el Jesús de todos, los buenos y los malos. Oh la saeta el cantar/ al Cristo de los judíos… Ahora que nos muramos vamos a ir en nuestra mula, directo hasta Roma, para pedir que nos dejen ver a Dios, que lo tienen secuestrado entre los muros que levantaron en el Vaticano para que no se escape de ahí, igual que te hicieron a ti en Tordesillas, por eso el Papa dice que gobierna en nombre de su padre. Si no nos recibe nos vamos a la Capilla Sixtina a ver al Cristo de Miguel Ángel, para pedirle que en el Juicio Final, con ese su gesto encabronado ponga en orden a tanto pinche santo, tanto cabrón mártir, tanto pendejo diablo. Que acabe con tanto y cuanto desmadre. Que todo el mundo se ponga en paz, que todo el mundo se meta al orden. Que dejen ya de pelear los buenos contra los malos, un camino para cada uno ha trazado Dios.

Ahora que te mueras, Juana, le voy a pedir a Frida Kahlo que te haga un retrato, ella que supo tanto del sufrimiento y del dolor, ¿cómo te pintaría, Juana, con clavos y jeringas en la cabeza o con tijeras y espadas en el corazón? Voy a tomar tu retrato, el que te haga Frida, se lo voy a llevar a Miguel Angel y le voy a pedir que nos pinte en la Capilla Sixtina, que borre al cardenal Biagio da Cesena y me ponga a mí, en el centro mismo del infierno, que me pinte una víbora enredada en las piernas y con cara de degenerado. Voy a pedirle que copie el retrato que te haga Frida y te pinte como virgen del Perpetuo Socorro, con clavos, tijeras, espadas y jeringas clavados en un corazón rojo que de tan grande no te quepa en el pecho o que te pinte como la madre de Dios, para que todos te respeten y aprendan a quererte.
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