Por Christian Falcón Olguín
En medio de una época de sesgo literario hacia las escritoras del siglo XIX, destaca la novelista, ensayista y dramaturga inglesa Mary Shelley (1797-1851), hija de notables literatos de la época, la escritora feminista Mary Wollstonecraf y el ensayista de corte político William Godwin. Su legado parental le motivó a tener acercamiento en la clandestinidad a textos de filósofos y a escritos permitidos únicamente para varones de la época, lo que le llevó a obtener un amplio bagaje en su pensamiento e influencia para desarrollar su escritura creativa.
Se menciona que, durante el verano de 1816, en “Villa Deodati”, en Suiza, Lord Byron propuso de manera espontánea un concurso creativo entre varios intelectuales que se encontraban enclaustrados en ese sitio por las terribles condiciones climáticas, entre ellos, Mary y su esposo Percy Shelley.
Mary, a partir de los diversos debates filosóficos, naturalistas y de la inmortalidad del alma, tuvo la inspiración necesaria para expresar a través de la escritura la catarsis adecuada de los difíciles tormentos personales que sufría por la reciente pérdida de su hija, y la eterna añoranza por su fallecida madre en la infancia. Además, el contacto que tuvo con propuestas experimentales de Erasmus Darwin y Luigi Galvani, quienes sostenían en sus investigaciones que a través de la transmisión de la electricidad a cuerpos inertes se podían generar reacciones o movimientos en estos, le llevaron a considerar la posibilidad de que los muertos pudiesen volver a la vida.
El 1 de enero de 1818 Mary Shelley publica “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, novela desarrollada a partir del intercambio epistolar entre los hermanos Margaret y Robert Walton. Este último, se encontraba embarcado en una expedición marítima hacia el polo norte, desde donde le escribió a su hermana que,m su tripulación había encontrado en medio de la gélida nada a un individuo llamado Víctor Frankenstein quien, de manera impaciente perseguía sin rumbo fijo a un enigmático personaje a quien se refería como, “el engendro del mal”.
El joven navegante Walton invadido por la curiosidad de tan insólito suceso, se mantuvo expectante durante algunos días a su nuevo tripulante, el cual resultó ser un estudiante de medicina, física y de las ciencias de la naturaleza en Ingoldstadt, quien, bajo un halo de misterio, le narraría su trágica historia.
El galeno Frankenstein destacó que, a partir de su conocimiento de la fisonomía humana e influenciado por el galvanismo experimental de la transmisión eléctrica en cuerpos animales inanimados, decidió en su laboratorio construir un ser monstruoso de más de dos metros de altura, con restos óseos y tejido de piel putrefacta que había adquirido en cementerios, logrando insuflar vida en aquellos restos de materia muerta. Pero, su proeza científica no le llenaba de satisfacción u orgullo, al contrario, Víctor comprendió la aberración de su error creativo, y decidió en la clandestinidad dejar en abandono a su engendro.
Tiempo después, la tragedia inundaría a la familia Frankenstein, pues su hermano menor William fue asesinado, desdicha que afectaría a Víctor. Por el crimen, fue detenida y sentenciada injustamente Justine Moritz, bella joven merecedora de la confianza y afecto del galeno, quien estaba convencido de que la responsabilidad de la tal culpa era de su criatura demoniaca.
Ante tal hecho, Víctor decide ir en busca de la horrenda criatura, mientras reniega del momento en que decidió crearla, recordando el instante en que le vio abrir sus amarillentos ojos y mover sus pálidas extremidades. El encuentro entre creador y criatura se presenta cerca de las cordilleras del Montblanc. El monstruo le reclama a su creador que es tratado como algo indeseado y que, solo en las gélidas alturas pudo encontrar tranquilidad y un lugar donde habitar sin el acoso de la gente, pero la soledad le ha abrumado, ha conocido la maravilla y las desdichas de la condición humana, por lo que pide al doctor Frankenstein que le recreé una compañía fémina de igual naturaleza monstruosa, petición a la que el galeno accede, pero que incumple, llevando al engendro a vengarse, buscando arrebatarle lo más valioso de la familia Frankenstein.
Durante el avance de la narrativa se muestra un vaivén de emociones, drama e interminables espirales de búsqueda entre el Doctor Víctor Frankenstein y su creación monstruosa.
Finalmente, la obra gótica de Mary Shelley, conlleva a reflexionar importantes matices sobre la moralidad de la ciencia, sus alcances y el costo ético de los avances tecnológicos, inclusive desde las contemplaciones escatológicas de la procedencia y fin del alma. Se delibera acerca de los alcances de la figura científica que desde su infinita aspiración busca equipararse al principio creador, aquel poder divino que otorga la chispa vital en cuerpos inanimados, y con ello, cumplir el ancestral deseo de traer a la vida el alma inmortal de todo ser humano.
Hace unos días desde Las Vegas, la empresa Amazon presentó en su reunión anual Re: Mars 2022, espacio dedicado a mostrar los últimos avances tecnológicos de inteligencia artificial, robótica, automoción y los viajes espaciales. Los ejecutivos presentaron en conferencia el momento en que, la asistente virtual de voz “Alexa”, logró reproducir con exactitud la voz de una abuela fallecida y con ello, dar lectura a un fragmento del libro “El Mago de Oz”, acontecimiento que cimbró a los asistentes, ya que los algoritmos y reconocimiento de datos biométricos de la persona permitieron tal acontecimiento.
Con lo anterior, las preguntas y los alcances inundan el asombro de la empresa que dirige Jeff Bezos, la emulación de la inteligencia artificial con el Moderno Prometeo de Mary Shelley, traer la presencia virtual de algún ser querido se encuentra a un simple comando de voz para Alexa Frankensteiniana.