Otra ola de la izquierda en América Latina causa de presunción a temor en la región, según la preferencia política. Los hechos demuestran que el sistema o el stablishment no están en riesgo por los gobiernos de ese signo político, que con frecuencia gastan buena parte de su energía y tiempo en pleitos internos. Un ejemplo es Argentina.

Este diciembre el país conosureño cumplirá 39 años de su regreso a la democracia tras siete años de dictadura militar, la cual ha sido acusada de atroces violaciones a los derechos humanos, como la cifra de 30 mil desaparecidos.

Difícil de catalogar en la izquierda o la derecha ya que el asunto era el regreso de la democracia y evitar que colapsara, el primer presidente de la democracia argentina fue Raúl Alfonsín, militante del Partido Radical, autodefinido como “intérprete” de las mayorías populares, antiimperialista y reformador.

Le siguieron Carlos Menem por dos periodos y luego Fernando de la Rúa. El primero recordado por muchas acciones, pero para nuestros fines, por sus privatizaciones y otras acciones alejadas de la izquierda, lo que llevó a la ruptura con el peronismo, luego de que había llevado al movimiento fundado por Juan Domingo Perón de regreso al poder en la era democrática.

De la Rúa militó en la socialdemocracia y era de signo liberal, pero su hecho de gobierno más recordado fue el famoso “corralito” que limitaba los retiros bancarios a fin de evitar la descapitalización del sistema bancario. A su casi obligada renuncia le siguieron cinco mandatarios entre ellos Adolfo Rodríguez Sáa, del Partido Justicialista (peronista), quien solo gobernó una semana o Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde el cual terminaría el periodo de De la Rúa apoyado en un gobierno de unidad nacional.

Llegó al poder en 2003 Néstor Kirchner, creador de una nueva etapa política, seguido por su esposa y luego viuda Cristina Fernández, ambos de izquierda peronista, aunque para otros serían social demócratas, pero en todo caso en el ambiente regional integrantes de una triada junto con Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, y Hugo Chávez en Venezuela.

Kirchner fue sucedido por su esposa Cristina quien gobernó por dos periodos sin cambiar la línea política, para luego dejar la Casa Rosada al empresario Mauricio Macri, un giro político de la versión kirchneriana de la izquierda peronista a un liberal de centro derecha, pero que en su gestión no logró atenuar y muchos menos resolver los problemas económicos.

El colmo fue el préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) por 57 mil millones de dólares de los cuales se desembolsaron 44 mil 867, pero cuya gestión fue un auténtico fracaso, según reconoció el propio organismo multilateral en diciembre pasado.

Macri fue reemplazado por el actual presidente Alberto Fernández, peronista, kirchnerista, pero no afín a Cristina -quien es su vicepresidenta- lo que ha sido fuente de disputas cotidianas desde el inicio de su gestión el 10 de diciembre de 2019, peleas que tuvieron un nuevo y muy áspero capítulo este fin de semana, cuando renunció el ministro de Economía Martín Guzmán, uno de los últimos fieles a Fernández, pues otros han sido “sacrificados” por la vicepresidente Cristina.

No el único pero si quizá la más importante diferencia ha sido el crédito del FMI, cuestionado por Cristina, pero renegociado y cumplido hasta ahora en sus términos de pago por Fernández, debido a la gestión del dimitente Guzmán.

Silvina Batakis, la nueva encargada de la Hacienda argentina, fue clara en señalar que el acuerdo con el FMI “tenemos que cumplirlo”, aunque ha reconocido lo difícil que se avizora el segundo semestre del año en materia económica.

La cena entre el presidente y la vicepresidenta argentinos del lunes por la noche quedó en secreto, pues se acordó no comunicar los detalles. La prensa argentina habla de posibles cambios de gabineta, que no serían inminentes pero si cercanos, o que Cistina tiene ahora más compromiso con el gobierno y en consecuencia, dejaría de comportarse y ser vista como una “auditora externa” del gobierno del que forma parte.

¿Lecciones? Los niveles de pobreza en América Latina son una asignatura pendiente para la izquierda, que desde principios de siglo ha tenido fuerte presencia de gobierno y no desde hace unos cuantos años. La integración regional impulsada por los gobiernos de este signo político tampoco ha sido la que se necesita. La izquierda no es alguna amenaza para la región, sino su gran deudora.

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