Por: Mónica Teresa Müller
“Es la vida”, suelen decir cuando las cosas no son como pretenden. El tema se puede desarrollar desde diversas miradas. Y así surge la casualidad y lo causal. Y, sí, a veces se nos da por tener pensamientos existenciales. Fue el instante que pensé en el valor de las palabras y recordé a mis primos.
Eran adorables. Se habían conocido y se hicieron amigos cuando cursaban la educación primaria. No voy ahondar en un análisis que dé respuestas si su encuentro fue casual o causal. Tenían doce años. Elsa era menuda con pelo castaño enrulado que enmarcaba el rostro de cándida expresión. Sergio era bajo, nada robusto y siempre con un mechón sobre la frente.
Siguieron la amistad en el colegio secundario y se enamoraron. Todo fue casual. El amor, que es inmortal, los unió cumplidos los dieciocho. Quizá ese acontecimiento fue causal. Los años pasaron. Formaron una familia con tres hijos y para festejar las bodas de plata decidieron tener algo que los representara: un amuleto personal.
A Elsa le gustaban las estatuillas de porcelana, simples, con rostros angelicales y posturas de danza. Habían visto una, por casualidad, en una vidriera de antigüedades en Buenos
Aires. Ella quedó prendada y Sergio, en secreto, la compró.
El día del festejo recibió la estatuilla y selló la promesa que los representaría.
— ¿Y vos?- preguntó Elsa -dijiste que tu obsequio estaba pronto.
— Sí, tu emoción por el regalo y la promesa, es el mío.
Aquí sí, corresponde decir que lo causal forma parte de este tramo de la historia. Y aquél: “Es la vida”, tocó de cerca a la pareja de mis entrañables primos. Sergio partió a otra dimensión.
A los dos meses, en un casual accidente y luego de varios días, murió Juan, el menor de los hijos. Dieciséis años truncos. No fue fácil para ella. Notó la ausencia de la persona con la que siempre había solucionado todos los inconvenientes, sintió soledad y desamparo. Cuando los médicos, en el momento de extrema gravedad de Juan, le expresaron a Elsa la propuesta de la donación de órganos, que pensara en la posibilidad de donar los de su hijo y la acción que representaba salvar una vida, quedó perpleja; ella y Sergio habían hablado en reiteradas ocasiones sobre esa posibilidad. Aquellos planteos apuntaban a lo general y lejano, nunca a la posibilidad de tomar una decisión con el cuerpo de un hijo. Pidió que su compañero de vida, de alguna forma, le dijera qué hacer. Me pregunté entonces, si se necesitaba de lo casual o lo causal. Elsa trató de decirse que, de alguna forma, Juan iba a estar vivo.
Yo estaba a su lado. Su desesperación me destruyó, ella tan frágil, temblaba. La abracé mientras tres profesionales le hablaban. Uno le tomó una mano y mirándola de frente, murmuró:
— Sí, estatuita.
Una ráfaga ligera atravesó el sitio. Fuimos dos las que tiritamos. Y la vida quiso que Elsa sintiera que no estaba sola.