Por: Christian Falcón Olguín
En 1989, las principales marquesinas del cine mundial presentaban “La Sociedad de los Poetas Muertos”, película basada en el libreto cuasi autobiográfico del guionista norteamericano Tomas H. Schulman, y que el director cinematográfico Peter Weir llevaría a la pantalla grande con un éxito rotundo de taquillas y a obtener el premio Oscar a mejor guión en 1990. Tras su impacto con los cinéfilos y como un fenómeno social, la periodista Nancy H. Kleinbaum decide publicar la adaptación literaria del filme, desarrollando en el libro homónimo un relato ágil e inspirador del encuentro entre el profesor Keating y sus célebres pupilos de la clase de Literatura.
La obra literaria, se aborda desde los valles norteamericanos de Vermont, en el interior del estricto Colegio Welton en 1959, iniciando con una solemne ceremonia en la capilla, en medio del sonido de gaitas, candelabros, desfile de estandartes, refinadas togas, discursos vivificantes entre docentes y alumnos, además de amplias expectativas de padres esperanzados en obtener educación de alta calidad para sus hijos. Cabe destacar, que el modelo de la institución estaba regido por cuatro pilares: Disciplina, Honor, Tradición y Excelencia; valores que asegurarían el ingreso de sus alumnos a universidades prestigiadas y a su vez, a una vida exitosa; al término de la ceremonia que, con ello se daba inicio al ciclo escolar, la directiva anunció la presentación de John Keating, como nuevo profesor de Literatura, el cual se distinguía por su trayectoria docente en distinguidos colegios.
El curso comenzó, y para alumnos como: Neil Perry, Knox Overstreet, Tood Anderson, Charles Dalton, Steven Meeks, Richard Cameron y Gerard Pitts todo transcurría de forma habitual y con monotonía en las asignaturas de: trigonometría, química, geografía, entre otras; hasta que, con Literatura, recibieron la personalidad poco ortodoxa del profesor Keating, de inmediato, su atención fue captada por las palabras del catedrático, pues al momento de presentarse ante los tiernos cerebros juveniles, expresó: “Oh Capitán, Mi Capitán”, líneas que el poeta Walt Withman escribiría en honor de Abraham Lincoln, ante su cortejo fúnebre, y con el que, le agradecía haber llevado a buen puerto el barco de su nación durante la guerra civil norteamericana. Y que, si eran osados sus pupilos, se atreverían a dirigirse a él de esta manera.
El grupo de estudiantes, fue llevado por el profesor Keating hacia un corredor del colegio repleto de imágenes de generaciones que les antecedían, al momento de pedirles que se acercaran y observaran detenidamente, escucharon el murmullo del profesor como si de ultratumba les resonaba: “Carpe Diem”, que en latín significa “Aprovecha el día”; exponiéndoles que no hay mañana, es hoy cuando debes recoger las rosas de la vida, pues el tiempo pasa, y la flor se marchitara para mañana. Las palabras retumbaron en el interior de los jóvenes, llevándoles en asumir una actitud de regocijo por el ahora, y tomar los retos de una vida productiva.
Dentro de la catedra, Keating les invitó a dejar de leer lo textual de la poesía, descartar la cuadratura de la métrica, el ritmo y figuras estilísticas que le califican, retándoles a romper la página introductoria del libro de J. Evans Pritchard, la cual describía de manera dogmática y cuadrada la comprensión de la misma; por lo que, era preferible descubrir vivencialmente la valía de su interpretación personal, encontrando entre líneas el verdadero sentido, a través de la pasión y la razón de ser, de tal manera, que la poesía emanaría en cada acto de su floreciente juventud.
Los alumnos llevados por la curiosidad de conocer más de su profesor, les llevó a encontrar en un viejo anuario al alumno Keating, destacando haber sido miembro de la Sociedad de los Poetas Muertos, la cual era un club de colegiales, que se reunía lejos de toda indiscreción en el interior de una cueva india, y que, disfrutaban del llamado a recolectar la flor de la vida en sus sesiones fraternales de poesía.
Dicho Club fue retomado por el peculiar grupo de amigos, esa misma noche salieron a hurtadillas del campus en búsqueda de la mítica cueva, al encontrarla, inmediatamente se instaron y, entre el fuego de la fogata, claroscuros de sombras, un portavelas con forma de genio, y una antología poética, se declaró la apertura de su sesión al dar lectura: “Me fui a los bosques porque quería vivir sin prisa. Quería vivir intensamente y sorberle todo el jugo a la vida. Abandonar todo lo que no era vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido”. A partir de ese momento, serian constantes las reuniones donde los iniciados como Poetas Muertos, se deleitarían leyendo, escribiendo y expresando poesía; adoptando una nueva perspectiva del rumbo e ideales que serían el motor de su vida, sin imposiciones culturales, escolares o parentales, únicamente lo que ellos quisieran ser y hacer, pues ahora, decidirían el rumbo hacia un horizonte llamado: dueños de sí mismos y de su propio destino.
La narrativa muestra el despertar de cada una de las personalidades de los integrantes del Club, el talento histriónico de Neil, la transformación de Charly al intrépido Nuwanda, la calidad poética del Yawp de Tood, el romanticismo de Knox, e incluso, el extremo oscuro y dubitativo de Cameron, fueron tan evidentes los cambios en ellos, que se generó desconcierto y antipatía por la semilla filosófica del Profesor Keating, llevando a que, desde la directiva y profesorado de la academia, se iniciara un proceso de rechazo y desprestigio hacia el docente literario. Sin embargo, a pesar de ello, el cambio estaba ya en la esencia de cada poeta de Welton, hecho genuino que se mantendría en su mente y espíritu de por vida.
Para concluir, cabe destacar que La Sociedad de los Poetas Muertos, ya sea desde la película o el libro, deja un importante llamado a todas las generaciones, en especial hacia la juventud, que actualmente, después de dos años de pandemia se encuentra enfocada en obtener calificaciones notables y a desarrollar sus capacidades e intuición, que indudablemente, serán la llave para alcanzar mejores oportunidades académicas, laborales y de emprendedurismo, sin olvidar el valor del humanismo, la tolerancia y el progreso como el faro que ilumine un horizonte en común y, defender la vocación e ideales con la férrea pasión que hace valer diariamente cada verso de la poesía viva, llevando con ello, al sublime replique de una rima eterna.