Por: Christian Falcón Olguín
El 1888, durante un periodo de convalecencia médica, el novelista, abogado, cuentista y poeta escocés Robert Louis Balfour Stevenson, escribiría “El Extraño Caso del Doctor Jekill y el Señor Hyde”, novela contextualizada en la vida londinense de finales del siglo XIX, donde destaca la relevancia del dualismo de la personalidad humana, la moralidad entre el bien y el mal, así como una espléndida descripción de una curiosa trama entre personajes misántropos, laboratorios, crímenes y la búsqueda de redención.
La narrativa del libro comienza durante una caminata nocturna entre el abogado John Gabriel Utterson y su amigo el señor Richard Enfield, este último le indicaba una puerta y la extraña historia alrededor de esta, pues ahí mismo, entre callejones y la luz tenue de los faroles, había atestiguado la persecución y agresión a una joven por parte de un personaje misántropo, que al ser retenido por la policía y los vecinos del lugar se identificaría como: el señor Edward Hyde; quien, aseguraba que repararía el daño moral y pagaría las lesiones de la chica, de tal manera, que inesperadamente saco una llave de su bolsillo e ingresó en la puerta señalada por Enfield, minutos más tarde saldría para entregar un cheque genuino, el cual cubría las atenciones médicas, pero, lo que más llamaba la atención del relato es que, había sido firmado por un notable ciudadano, el abogado y doctor Henry Jekill, y que coincidentemente, era un amigo entrañable de Utterson.
Posteriormente, intrigado por aquella anécdota, Utterson revisó en su casa el testamento que le había confiado su amigo, el doctor Jekill, el cual definía como heredero universal de su fortuna al señor Hyde, registro que le colmó de curiosidad, ya que era inverosímil que un total desconocido y con detestable referencia tuviese la plena confianza del galeno, preguntándose: ¿Tal vez se encuentra amenazado o coaccionado para tal decisión? Por lo que Utterson, decidió visitar al doctor Jekill para asegurarse que estuviese bien y que no existiera alguna anomalía. Durante el encuentro, surgió en la charla el tema, y efectivamente el doctor le confirmaba la decisión testamentaria, ya que contaba Hyde de total confianza para que así fuese, aunque su rostro y expresiones tenían cierto dejo de angustia. Al término de la reunión, el doctor le agradeció su preocupación, reiterándole que tenía bajo control su trato con Hyde y que, él mismo actuaría para detenerlo, en caso de que el personaje representara algún riesgo para los demás y para sí mismo; rematando enfáticamente con la invitación a no volver a tocar el tema por la valía y respeto hacia su amistad, dejando con tal petición una confusa resignación en Utterson.
Un año transcurrió hasta que, mientras una señorita admiraba la noche desde un balcón, observó el momento en que un atroz hecho se consumaba en la calle, Sir Danvers Carew, miembro del parlamento inglés, caminaba plácidamente hasta que, de forma repentina, fue atacado por su acompañante, quien de forma grotesca le ultimaba con un bastón, aquel instante llevó a que la joven perdiera el conocimiento ante la crudeza del acto; llegando a reconocer al señor Hyde como el autor criminal. Cuando ella reaccionó, se dio cuenta que la policía había sido ya llamada para atender la escena del crimen, mientras le esperaban para testificar acerca del lamentable acontecimiento.
Al enterarse Utterson de la noticia, el mismo, acompañado de miembros policiales de Scotland Yard visitó en el domicilio del doctor Jekill para dar entrega del peculiar bastón y solicitarle la entrega de su protegido, sin embargo, el criminal ya no se encontraba en el lugar. Al término de un exhaustivo registro, el doctor le aseguró a su amigo abogado, que, tras el escape, ya no se volvería a saber más de Hyde.
Pasaron meses en búsqueda de Hyde, y no se tenía rastro o paradero alguno del criminal, mientras tanto, Utterson, continuaba teniendo sus reservas del caso; y fue con la noticia de la muerte del doctor Laynon, cuando se le notificó que se tenía una caja confidencial que debía entregarse a: J.G. Utterson; su contenido guardaba una carta la cual mencionaba que fuese quemada si el destinatario moría antes que el propio Laynon, por consiguiente, procedió en abrirla y encontrar en su interior otra carta que decía: abrir únicamente si el doctor Jekill hubiese muerto o desaparecido; a pesar de su inmensa curiosidad el abogado respeto la voluntad y guardo la carta.
Utterson nuevamente buscó a Jekill, a pesar del constante rechazo de recibir visitas, al hablar con su mayordomo Poole, y con la servidumbre, recibió la preocupación y angustia general, habían sucedido cosas extrañas en la casa, el doctor se encontraba recluido en su habitación y laboratorio, se escuchaban lamentaciones y susurros de profundo dramatismo; los comentarios llevaron a que Utterson pensara lo peor: el señor Hyde ha regresado para manipular a Jekill y encontrar el cobijo de su distinguida protección para evadir la justicia. Por ello, decidió conjuntamente con su mayordomo, abrir las habitaciones principales y rescatar a Jekill de las garras de Hyde. Forzaron la cerradura y la puerta se abrió, se encontraron a Hyde agonizante en el piso, e inmediatamente buscaron a Jekill; al no hallarlo, pensaron una desgracia, únicamente, descubrieron en su laboratorio una nota que decía que debía leerse la carta de Laynon, y que ésta explicaría la misteriosa situación.
El Dr. Jekill había trabajado en su laboratorio hasta encontrar un brebaje que le permitía cambiar de aspecto físico y convertirse en el Sr. Hyde, confesaba que a pesar de que su vida estaba llena de rectitud y beneficencia, la oportunidad de cambiar de personalidad le daba una extraña vitalidad, la cual le llevaba a sacar sus más profundos vicios en su condición humana sin ser identificado, por lo que sacó su lado más oscuro y continuó delinquiendo, sin embargo, se equivocó al pensar que tenía controlada la situación y, su alter ego cargado de maldad pudo ganar y consumir la luz de su auténtica personalidad.
En definitiva, Louis Stevenson muestra en “Dr. Jekill y el Sr. Hyde”, la ambivalencia de la condición humana, la perturbación y claridad de la conciencia en su exigencia permanente por emerger en cualquier lugar y circunstancia; al igual que, invita a reflexionar sobre la raíz filológica de los nombres de Jekill y Hyde, asumiendo el valor de cenar a solas con ellos, en medio de los asientos vacíos de la fragilidad y la injusticia, y tener en el otro extremo las gélidas sillas de la integridad y la rectitud, a sabiendas que la inmersión en el conversatorio de cada una de sus profundidades, dará pauta a la inquebrantable labor de moldear una personalidad llena del reconocimiento propio, y encontrar el momento adecuado para levantarse de la mesa y verse asimismo como un vencedor del señor Hyde.